ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. La Tertulia del Café de Pombo. Obra emblemática del I Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

La Tertulia del Café de Pombo

Obra emblemática del I Salón de Otoño

de la Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

La Tertulia del Café de Pombo, de José Gutiérrez Solana. Óleo sobre lienzo. 161,5 x 211,5 cm. 1920

 

Hace unos años el Museo Reina Sofía lanzó un espacio web que permite explorar obras de su Colección con un zoom de gran definición con el que analizar trabajos de algunos artistas, como el famoso cuadro por todos conocido, del que fuera socio de la AEPE, José Gutiérrez Solana, titulado “La Tertulia del Café de Pombo”.

A raíz de esta información básica, realizo distintas búsquedas básicas de esa obra en la red y compruebo, que en ningún medio escrito aparece que el cuadro se presentó en el I Salón de Otoño que organiza la Asociación de Pintores y Escultores, celebrado en octubre de 1920, al que concurrió el socio José Gutiérrez Solana, inscrito así como natural de Madrid, donde reside, en la calle de Santa Feliciana número 5.

A este I Salón de Otoño presentó Gutiérrez Solana las obras 363- “La guerra” (1,30 x 1,16), 364- “Las peinadoras” (165 x 1,35), 365- “Los clowns” (1,20 x 1,16) y 366- “La tertulia del Café de Pombo” (1,85 x 2,35). En el catálogo editado con tal motivo, aparece una reproducción de la obra en blanco y negro.

En la prensa de la época encontramos algunas reseñas a la obra, como la aparecida en la revista Cosmópolis de diciembre de 1920, en la que Ballesteros de Martos firmaba un largo artículo en el que incluía lo siguiente: “Las tres notas salientes del Salón de Otoño las constituyen los envíos de Daniel Vázquez Díaz, Gutiérrez-Solana y Gustavo de Maeztu. Los tres artistas representan el único anhelo de independencia moral e intelectual que allí puede verse…. “La tertulia del Café de Pombo”, que por sus pretensiones podría ser una obra maestra, no prueba más que la impotencia técnica y la parvedad intelectiva del pintor. Ni son retratos, ni son interpretaciones más o menos personales de las psicologías de los personajes, ni hay en el cuadro nada que revele el sentimiento artístico. Es vulgar de composición y mísero de medios expresivos. Los personajes parecen muñecos de trapo inexpresivos que están esperando la mano experta del ventrílocuo para que los anime y los saque de su hieratismo un poco grotesco”.

En La Ilustración española y americana del 8 de diciembre de 1920, Ramón Rivas y Llanos se expresaba así: “Si Gutiérrez Solana hubiera nacido sesenta años antes hubiera vivido en la época del asfalto y sería un gran consumidor de este color, hoy proscripto… Sus cuatro cuadros «La guerra», «Las peinadoras», «Los clowns» y «La tertulia del café de Pombo» son oscuros lodos y sucios de color. El caso de este artista es verdaderamente curioso. Temperamento de pintor, fue víctima de predicaciones literarias que tuercen su camino lanzándole por una vía que no es la de pintura, y sin orientación fija va perdiendo sus cualidades. Es un ejemplo de retroceso lamentable. El Sr. Solana no se ha percatado que sin luz y, por consiguiente, sin color, no hay cuadro. Los que le metieron en las andanzas extraviadas en que se encuentra no estaban sin duda al tanto del movimiento pictórico actual, aun cuando lo estuvieran del literario, y así le ha salido a este artista, que pretende hacer literatura con los pinceles, y !a pintura no es literatura, es otra cosa”….

Y en La Esfera del 20 de noviembre de 1920, Silvio Lago expresaba: “Ante todo se destacan los envíos de Daniel Vázquez Díaz y de Gutiérrez Solana. “El cartujo”, de Vázquez Díaz, y “Las peinadoras”, de Solana, tan distintos de concepto y de finalidad, tan alejados de inquietud sentimental, son las sendas obras que mejor les definen a cada uno. Luego hay –en ellos siempre- los aciertos del apunte de la “Cabeza de Unamuno” y del espejo superior en “La tertulia del Café de Pombo”….

Pero más allá de todo esto, recordamos que el Café y botillería Pombo era un antiguo establecimiento que abrió sus puertas a principios del siglo XIX y estaba situado en la Calle Carretas número 4 de Madrid, junto a la Puerta del Sol, una calle que por entonces estaba repleta de librerías y tiendas ortopédicas.

En el siglo XIX y hasta la Guerra Civil, los cafés eran instituciones fundamentales en la vida cultural de Madrid y de otras ciudades españolas, por las tertulias que en ellos se realizaban.

Muchos autores hablaban ya en el siglo XIX de la botillería Pombo, la más antigua de Madrid, un local modesto conocido por su leche merengada y por el sorbete de arroz que servía, pese a que algunos platos elaborados con arroz producían diarreas, por lo que era apodado graciosamente en Madrid como «el café de los cagones».

En 1915 Ramón Gómez de la Serna decidió abrir en el local su tertulia literaria de los sábados por la noche, que bautizó como “La sagrada cripta del Pombo”, con el permiso de Eduardo Lamela, dueño del local, y atrajo allí a intelectuales y artistas que se reunían hasta la una de la madrugada.

El local, que tenía una doble entrada abierta a un gran salón, que daba paso a cinco salas y acceso a los sótanos donde se reuniría la tertulia, era de techo bajo, casi angustioso, y decoración modesta, cuya única fuente de calor eran las lámparas de gas, aunque disponía de espejos, dos grandes relojes, servicio de limpiabotas y mesas rectangulares de mármol para cuatro personas.

En 1920 José Gutiérrez Solana, tomando como modelo una fotografía de Alfonso Sánchez Portela, hijo del fotógrafo Alfonso, pintó el cuadro titulado “La tertulia del café Pombo”, que presentó en el I Salón de Otoño de la Asociación de Pintores y Escultores, celebrado en el Palacio de Exposiciones del Retiro, que se inauguró el 15 de octubre de 1920.

Después, el cuadro pasó al Café de Pombo, donde presidió la “cripta” hasta el año 1937.

En el lienzo están retratados algunos de los integrantes habituales de la tertulia: Tomás Borras, periodista, comediógrafo, novelista y autor de cuentos, Manuel Abril, escritor, periodista y crítico de arte, José Bergamín, poeta, crítico, ensayista y autor teatral, Ramón Gómez de la Serna, anfitrión, Mauricio Bacarisse, poeta, novelista y ensayista, José Gutiérrez, pintor y autor literario, Pedro Emilio Coll, escritor venezolano, Salvador Bartolozzi, pintor y dibujante y José Cabrero Mons, pintor.

La mesa de reunión de la tertulia se conserva en el Museo Nacional del Romanticismo de Madrid.

La tertulia se mantuvo hasta el año 1936, en los inicios de la guerra civil española, y el local sobrevivió hasta el año 1942, en que cerró sus puertas para siempre.

El óleo sobre lienzo de Gutiérrez Solana fue un regalo del pintor a Ramón Gómez de la Serna, quien en 1947 lo donó al Estado español, quedando expuesto en el Museo Español de Arte Contemporáneo, hasta su traslado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Ramón Gómez de la Serna preside la tertulia del Café Pombo

Interior del establecimiento

La tertulia en una foto de 1931

Un día de tertulia en el Pombo

Café Pombo ,en la calle Carretas nº 4, cerca de la esquina con Sol

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Blas Villa Fernández, adaptador del Diploma de la AEPE

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

Blas Villa Fernández

Adaptador del Diploma de la

Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

VILLA FERNANDEZ, Blas                 P.D  1980     11.feb.1925                        MALAGA                          MADRID

El Diploma adaptado por Blas Villa

 

Blas Villa Fernández nació en Málaga, el 11 de febrero de 1925.

Profesor de dibujo en la academia del escultor y socio Santiago de Santiago, cuantos le conocieron aseguraban que era un extraordinario dibujante, magnífico docente y gran poeta.

Primera Medalla provincial de la Obra Sindical Educación y Descanso de Málaga, según aparece en el Diccionario de Pintores, Escultores y Grabadores en Málaga en el siglo XX, de Julián Sesmero Ruiz, publicado por la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga.

En 1958 logró un premio de 500 pesetas en el X Concurso Provincial de Pintura de Educación y Descanso, celebrado en la Sala Sindical de Exposiciones de Valladolid. La prensa del momento destacó que …”Con tendencias impresionistas, Blas Villa Fernández, en un culto a la luz incierta de un emparrado, juega con los pinceles y con trazos de color, sin líneas, realza la escena de una vuelta del trabajo, con predominio del difícil morado”.

En 1980 logró la Tercera Medalla de Dibujo del Salón de Otoño.

En 1982 consiguió un Accésit en el Certamen de San Isidro de tema madrileño.

Ese mismo año obtuvo la Tercera Medalla de Pintura en el Salón de Otoño.

En 1983 se hizo con la Segunda Medalla de Dibujo del Salón de Otoño y un año más tarde, logró la Primera Medalla de Dibujo.

 

Contemplación, del 48 Salón de Otoño

Dibujo anatómico, 1959

 

Blas Villa Fernández y la AEPE

Vocal de la Junta Directiva de la AEPE entre 1982 y 1987, a él se le encomendó la adaptación del Diploma de José Luis López Sánchez-Toda, en el que sustituyó el escudo de España original que traía,  para incorporar en su lugar el motivo de la medalla de la Asociación que hoy conocemos y ha llegado hasta nuestros días.

Participó en el Salón de Otoño de las siguientes ediciones:

Al 48 Salón de Otoño de 1980: La jaula; Contemplación, dibujo; y Manos cansadas.

En el 49 Salón de Otoño de 1981 participó con las obras: Meditación; El viejo cómic; Vendedor ambulante; y Diálogo del tiempo.

En el Salón de Bellas Artes de 1982 lo hizo con las obras En la fuente y Fin de la jornada.

Al 50 Salón de Otoño de 1983 llevó las obras Un duro trabajo; Recuerdo de un deseo; y Composición.

En el 51 Salón de Otoño de 1984 colgó las obras ¿Quién será?, grabado; Desnudo; y Recuerdos.

Al 52 Salón de Otoño de 1985 concurrió con Espacios para recuerdos.

En el 53 Salón de Otoño de 1986 participó con la obra Pensando en ella.

Recuerdos del 51 Salón de Otoño

Fin de la Jornada, del Salón de Bellas Artes

Diálogo del tiempo, obra presentada al 49 Salón de Otoño

Un duro trabajo, obra presentada al 50 Salón de Otoño

Recuerdos, obra presentada al 51 Salón de Otoño

Pensando en ella, obra presentada al 53 Salón de Otoño

 

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. José Luis López Sánchez-Toda, autor del Diploma de la AEPE

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

José Luis López Sánchez-Toda

Autor del Diploma de la

Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

LOPEZ SANCHEZ TODA, José Luis       GPD     30.abr.1901     MADRID       MADRID         19.feb.1975

 

José Luis López Sánchez-Toda nació en Madrid, el 30 de abril de 1901, en el seno de una familia de clase media dedicada a las leyes.

Ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid, donde logró premios y reconocimientos en las asignaturas de dibujo del natural y grabado, especialidad a la que se dedicaría en cuerpo y alma, firmando sus trabajos como Sánchez Toda.

Su especialidad fueron los trabajos a buril sobre acero con aplicación al papel moneda y los sellos postales.

En 1923 logró el Premio Nacional de Grabado.

Tuvo como maestro a Enrique Váquer, autor de algunas emisiones de Alfonso XIII, que le recomendó como grabador para la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, en la que entró a trabajar en 1924, recién terminados sus estudios y aprobada la correspondiente oposición, estando al frente de la sección de Grabado de Valores, hasta su jubilación en 1971.

Junto al grabador Delhom, realizó la mayor parte de los sellos calcográficos españoles emitidos entre 1930 y hasta finales de los años cuarenta. Ambos realizaron varias de las viñetas de la majestuosa serie del Descubrimiento de América, impresas en Londres por Waterlow & Sons.

Diseñó y grabó más de 100 sellos, destacando entre todos ellos el de la Maja Desnuda de Goya, el de Mariana Pineda y los de Alfonso XIII y Victoria Eugenia.

 

“Grabadores españoles”, sello de correos con la efigie de López Sánchez-Toda

 

Autor además de la mayoría de los billetes emitidos desde 1936 hasta 1965.

Entre 1927 y 1963 fue profesor en la Escuela Nacional de Artes Gráficas.

En 1931 Sánchez Toda grabó cuatro viñetas de la serie conmemorativa del III Congreso de la Unión Postal Panamericana, realizando también grabados de los retratos de personalidades emitidos por la República.

En 1932 consigue una beca para ampliar sus estudios y viaja a Inglaterra y a Estados Unidos, donde investigó sobre la fabricación del papel moneda en el Bureau of Engraving and Printing, y trabajó para la Republican Bank Note Co. De Pittsburgh.

De regreso a España, en 1934 consiguió otra vez el Premio Nacional de Grabado.

Autor de la primera moneda acuñada en zona sublevada, una moneda de 25 céntimos de peseta de Francisco España, que llevaba como lema “España, una, grande, libre. 1937. II Año Triunfal”, aleación de cuproníquel y que incluyen las iniciales del grabador: ST.

En 1943, grabó junto a Delhom, el billete de una peseta, un fragmento reducido de la pintura de Dióscoro de la Puebla, y el reverso con el escudo de armas del billete de mil pesetas de Carlos V.

En 1943 fue premiado con la Tercera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, obteniendo la Segunda Medalla en la edición de 1945.

En 1948 realizó el reverso del billete de 100 pesetas, reproducción de la Chiquita piconera de Julio Romero de Torres.

Reverso del billete de 100 pesetas

 

Segunda Medalla en el Salón de Otoño de 1952, se alzó con la Primera en el Salón de Otoño de 1954.

A lo largo de su carrera profesional y docente, formó a un nutrido grupo de discípulos entre los que destacan su hermano pequeño, Alfonso, Antonio Manso, José López y los hermanos José Y Alfonso Moreno.

En 1963 pasó a formar parte del claustro de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.

Reverso del billete de 1 peseta de 1943, obra de Toda

 

En 1969 publicó el libro titulado “El arte de grabar el sello”.

José Luis López Sánchez-Toda falleció en Madrid, el 3 de abril de 1975.

El 5 de junio de 1998, Correos realizó una emisión titulada “Grabadores españoles”, que incluyó una tirada de dos millones y medio de sellos con un valor facial de 70 pesetas, con la efigie de López Sánchez-Toda y uno de sus grabados.

Sello de La maja desnuda de 1930

Diversos sellos de correos  obra de Toda y su firma autógrafa

 

José Luis López Sánchez-Toda y la AEPE

Participó en distintas ediciones del Salón de Otoño.

En el XXI Salón de Otoño de 1947 presentó

3.- Autorretrato, dibujo

En el XXV Salón de Otoño de 1952

558.- Autocimbra, aguafuerte

En el XXVI Salón de Otoño de 1954

186.- Retrato del grabador Vaquer, grabado

En el XXXIV Salón de Otoño

433.- El calvario, grabado

434.- Villacastín, grabado

435.- Plaza de San Juan de la Cruz, grabado

En el XXXV Salón de Otoño de 1964

80.- María Eva, dibujo

En el XLII Salón de Otoño de 1972

En el XLIII Salón de Otoño de 1973

Inés

Billete de 500 pesetas de los hermanos Toda

 

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Las «Salas Especiales» del Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

Las «Salas Especiales» del Salón de Otoño

de la Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

Sala Eduardo Rosales, del X Salón de Otoño de 1930

 

En el Reglamento del I Salón de Otoño se contemplaba la reserva de una sala para la exhibición de “Apuntes de viaje”, realizados por cualquier procedimiento y que sin embargo, no figuraba de forma expresa en el catálogo. Pero más allá de esta reseña, nada se hablaba del resto de salas que desde este primer Salón se reservaron de forma más o menos habitual.

En el I Salón de Otoño de 1920 se reservó una sala al Círculo de Bellas Artes y otra llamada “Recuerdos”, donde se exhibieron 42 obras de artistas fallecidos: los hermanos Bécquer, Domingo Marqués, Sebastián Gessa, Adela Ginés, J. Jiménez, Eugenio Lucas hijo, Raimundo Madrazo, Tomás Martín, Enrique Mélida, N. Pérez, Eduardo Rosales, Carlos Luis Rivera, Martín Rico, Ruy Pérez, Casimiro Sainz, Emilio Sala, Modesto Urgell y Diego Velázquez de Silva. Un lujo para cualquier amante del arte de todos los tiempos.

Según el reglamento del II Salón de Otoño de 1921, se mantenían las secciones de Pintura, Escultura y Grabado y se mantenía una sala para la exhibición de “Apuntes de viaje y Estudios”. En cambio, en el catálogo apareció incorporada la sección de Arte Decorativo de la que nada se hablaba en las bases. Y en esta segunda edición, no hubo sala de “Recuerdo”.

En el III Salón de Otoño de 1922 se reservaron tres salas para el Arte Italiano, con 16 autores: Vinceno Caprile, Giusepe Casciaro, Bernardo Celentano, G. Ciardi, Corzi, Faruffini, Giacomo Favretto, Frolli, Luigi Galli, Giacinto Gigante, Antonio Mancini, Mariani, Francesco Paolo Michetti, Doménico Morelli, Filippo Palizzi y Gioacchin Toma, con un total de 120 obras de todo tipo.

La sala “Recuerdo” especificaba en el catálogo que “solo figuran obras de artistas fallecidos”, encontrando obras de Barbudo, Alejandro Ferrant, Mariano Fortuny, José García y Ramos, Aurora Gutiérrez Larraya, Manuel Domínguez, Escosura, Jiménez Aranda, Agustín Lhardy, Francisco Lameyer, Eugenio Lucas padre, Ricardo Madrazo, Antonio Moltó, Francisco Pradilla, Casimiro Sainz, José Villegas Cordero, Ricardo Villodas, Salvador Viniegra, Marcelino de Unceta y Daniel Urabieta Vierge.

En el IV Salón de Otoño de 1923 la sala de “Recuerdos”, ya con la “s” añadida, incluyó obras de Arredondo, Vicente Castelló, Francisco Domingo, Manuel Domínguez, J. Mª Esquivel, José García y Ramos, Sebastián Gessa, Antonio Gomar, José Jiménez Aranda, Eugenio Lucas, Francisco de Madrazo, Vicente Palmaroli, Eduardo Rosales, Ruiz Guerrero, Emilio Sala, Francisco Torras y Ricardo de Villodas.

El V Salón de Otoño de 1924 incluyó una sala de Arte Argentino, donde expusieron 38 obras Nicolás Antonio de San Luis, Tito Cittadini, Alfredo Guido, Gregorio López Naguil y Ernesto Riccio. En la sala de Recuerdos se encontraban obras de A. de Guzmán, Alenza, Amorós, Epifanio Barruso Ciria, Valentín Carderera, Carnicero, Antonio Mª Esquivel, Alejandro Ferrant, Goya, Gutiérrez de la Vega, José Lameyer, Eugenio Lucas (padre e hijo), Antonio Pérez Rubio, Vicente Palmaroli, Francisco Pradilla, Rodríguez El Panadero, Rosales, Casimiro Sáenz, y Valdivia.

En cuanto a la sala de Arte Decorativo, además de artistas varios, expuso un total de 166 obras el denominado expositor “La cerámica industrial. Cerámica Retiro (Sucesor)”, con domicilio en la calle Linares, 8, Carabanchel bajo, de Madrid, una fábrica escuela que pretendía recuperar la antigua Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro.

En el VI Salón de Otoño de 1925, donde por primera vez se distinguía entre Grabado y Dibujo, encontramos la sala “José Llaneces”, que presentaba 14 obras. La sala de Recuerdos estuvo dedicada a Antonio Esteve Senís El lírico, fallecido ese mismo año, apareciendo en catálogo unas palabras de la pluma de Emilio Fornet.

Además, se dedicó una sala a los “Cultivadores de las Artes, sociedad domiciliada en Barcelona, de reciente creación, representada por: Antonio Bescós Ramón, Laureano Bonet Serrat, José Bou Iriarte, Alejandro Coll Blanch, Luis Gómez Hernández, Francisco Guinart Candellch, Carlos Llobet Raurich, José Picó Martí, Ramón Ribas Rius, Alejandro Solana Ferrer, Vila Puig y Lorenzo Cairó Sanch.

El VII Salón de Otoño de 1927 reservó una sala al Arte Argentino, 35 obras de Tito Cittadini, Enrique de Larrañaga y Roberto. Hubo además una sala de Arte Francés, Grabado, donde se pudieron ver 114 grabados, enviada por la Federación de Artistas Franceses y en la que expusieron Maurice Achener, Ludovic Alleaume, Louis Robert Antral, Raymond Leon Auger, Adolphe Marie Beaufrere, Eugene Bejot, Camille Beltrand, Jacques Beltrand, Albert Besnard, Jacques Beurdeley, Omer Bouchery, Jacques Boullaire, Paul Adrien Bouroux, Jean Louis Boussingault, Jean Louis Bremond, Auguste Brouet, Louis Alfred Brunet-Debaines, Jean Emile Buland, Emile Charles Cariegie, Edgard Chaine, Pierre Charbonnier, Henry Cheffer, Paul Emile Colin, Eugene Corneau, Coubine, André Dauchez, Eugene Decisy, Germain Delatousche, Antonin Delzers, Alexix Demarie, Pierre Francois Alexandre Desbois, André Desligneres, Henry Deville, Antoine Dezarrois, André Georges Drevill, Raphael Maurice Drouart, Jena Jules Dufour, Dunoyeer de Sogonzac, Charles Auguste Edelmann, Henri Farge, Amedee Feau, Camille Fonce, Jean Louis Forain, Jean Frelaut, Emile Friant, Demetrius Galanis, Pierre Gatier, Pierre Gusman, Joseph Hecht, Hermann-Paul, Abel Jamas, Lucien Jonas, Chales Jouas, Edmond Kayser, E. Laboureur, Maurice de Lambert, Pierre Laprade, Marie Laurencin, Ch. Lucien Leandre, Jean Lebedeff, Gustave Leheutre, Alexandre Felix Leleu, Georges Le Meilleur, Alexandre Camile Lesage, Herbert Lespinasse, Leopold Levy, Aristide Maillol, E.A. Malo-Renault, Antoine Louis Manceaux, George Henri Manesse, André Mare, Henri Marret, Arthur Mayeur, Abel Mignon, Luc Albert Moreau, Pierre Louis Moreau, Achille Ouvré, Jazques Padro-Bouisset, Leon Jules Perrichon, Gustave Pierre, Gastón Prost, Raymond Renefer, Carlos Raymond, Maurice Louis Etienne Rollet, Maurice Romberg, Leon Salles, Raoul Jean Serres, Jacques Roger Simón, Mile. Jeanne Simonnet, Jean Emile Sulpis, Alexandre Urbain, Jean Veber, Eugene Louis Veder, Henri Verge-Sarrat, Jacques Villon, Maurice Wlaminok, Henry de Waroquier y Louis Willaume.

Hubo sitio también para el Arte Italiano, Grabado, con 57 obras de Dante Broglio, Emanuele Brugnoll, Romero Costetti, Bruno Croatti, Guido Colucci, Antonio Carbonati, F. Chiappelli, G. Cisari, C. Celestini, Benvenuto Disertori, Adolfo de Carolis, Dante de Carolis, R.D.M. Ferenzona, Carlo Guarnieri, Llevelyn Liyd, Fabio Mauroner, Giannino Marchig, Ubaldo Magnavaca, Antonello Moroni, Emilio Mazzoni-Zarini, Umberto Prencipe, Pietro Parigi y Sergio Watteroni.

Además, otro espacio lo formaba el “Grupo Il Selvaggio” con cuatro autores: Achille Lega, Mino Maccari, Ardengo Soffici y Ottone Rosal.

En un esfuerzo único, también hubo sala para la Asociación de Arte de Barcelona, con pinturas de José Amat, José Barrenechea, Teresa Condeminas, Teresa Fábregas, Francisco Galofre Surís, Antonio Ribas Ribas, Manuel Rocamora, Mauricio Valls Quer y esculturas de Manuel Martí Cabré.

Y por último, una sala “Retrospectiva” de José Llaneces, mostraba 21 obras.

El VIII Salón de Otoño de 1928 incluyó una sección de Arte Holandés, grabado,  que presentó el hispanista Dr. G. J. Geers, y que recogió 59 grabados de André Van der Vossen, B. Essers, Bieling, Chris Lebeau, Fokko Mees, Gerrito van der Hoef, Karel van Veen, Lod. Sengers, P. Alma, V. van Uytvanck, Van der Sotk y Wout van Heusden.

Hubo también una sala “Retrospectiva” dedicada a Cayo Guadalupe, Zunzarren, fallecido en 1927, presentada por Carlos Vázquez, Manuel Maeinel-Lo y F. Arola y Sala, con 27 obras de formato pequeño.

El IX Salón de Otoño de 1929 contó con una sala “Retrospectiva” dedicada a grabados de Ricardo de los Ríos, presentada por Esteve Botey y formada por 26 aguafuertes originales.

El X Salón de Otoño de 1930 presentó la sala “Eduardo Rosales”, presentada por Ramón Pulido, con veinte obras de historia, de género, retratos, estudios y dibujos, todo lo que la Asociación de Pintores y Escultores pudo reunir con el afán de honrar al grandioso artista.

Hubo además la sala de “Ricardo Verdugo-Landi”, recientemente fallecido, que recogía apuntes y estudios de paisajes de Málaga, Bilbao, San Sebastián, Biarritz, Barcelona…

Y como novedad, se dedicó una sala a “Ángeles Santos”, que incluyó 34 obras.

Sala Ricardo Verdugo-Landi, del X Salón de Otoño de 1930

 

El XI Salón de Otoño de 1931 dedicó una sala a la “Unión de Dibujantes Españoles”, que exhibió 93 obras de José Sotero Fernández, Eduardo Bueno Azcárate, Federico Aníbal, Fernando de Arteaga y Fernández, Miguel Recas, Carlos Casado Hernández, Fernando Barrachina, Antonio Casero, Ramón Gutiérrez Santos, Fernando “Fersal” Salvadores, Antonio Solís Ávila, Emiliano Lozano, Guillermo Soler Batvillaro, Viera Sparza, Carlos Salazar, Javier Colmena Solís, Augusto Fernández, Luis Villaseca y Sanz, José Sotero Fernández, Antonio García López “Garciales”, Máximo Ramos López, Rosario Lombera, José Caballero e Isabel Fernández Yayna.

Por último, había una Sala de Retrospectiva dedicada a Genaro Pérez Villaamil, que exhibía 34 obras entre dibujos, apuntes, retratos y paisajes.

El XII Salón de Otoño de 1932 no contó con “salas especiales”. Sin embargo, una estaba formada por 32 obras de propiedad particular de Joaquín Sorolla y otra por 17 obras de Mariano Benlliure, entre bajorrelieves, cerámicas y barros, un bronce, un mármol y tres óleos.

El XIII Salón de Otoño de 1933 dedicó una Sala Retrospectiva a Julio Romero de Torres, con 32 obras que incluían retratos, cabezas y óleos de procedencia variada. Una sala se dedicó también a Marceliano Santamaría, con 32 obras, y otra sala recogió las del “Grupo de Artistas de Arte Constructivo”, en las que expusieron J. Torres García, Benjamín Palencia, A. Rodríguez Luna, Moreno Villa, Ortiz, F. Mateos, L. Castellanos, Maruja Mallo, Alberto, Díaz Yepes y González.

El XIV Salón de Otoño de 1934, y fuera de catálogo, se dedicó una sala a Muñoz Degrain que contó con 15 obras, estando también presente la Unión de Dibujantes Españoles, con 85 obras.

El XV Salón de Otoño de 1935 dedicó una sala llamada “Arte Retrospectivo” a Mateo Inurria, que llenó con seis mármoles, quince bronces, diecisiete piezas de cerámicas y trece paneles de fotografías y dibujos, además de distintos muebles que pertenecían  a la colección de Mateo Inurria y se hallaban a la venta.

Otra de las salas se dedicó a los “Pensionados de la Casa de Velázquez”, en la que expusieron Cottet, Melle Jauvert, Haumeaux, Marty, De Courlon, Largeteau, Gies, Trotereau, Geiniers, Weill, Voillaume, Martínez del Cid, Melle Leroux, Couturat, Roca, Mondau, Desruemeaux, Igual Ruiz y Harzic.

El XVI Salón de Otoño de 1942 fue el primero que se celebró tras la contienda civil. Pese a contar con la colaboración del Círculo Artístico de Barcelona, que realizó un importante envío de obras, ni esta edición ni la XVII y XVIII, albergaron sala “especial”.

En el XIX Salón de Otoño de 1946 se recuperó la costumbre de dedicar salas a grandes maestros. Ese año, se ofrendó una a la memoria de Antonio Muñoz Degrain, que albergó obras de tema cervantino cedidas expresamente para la ocasión por la Biblioteca Nacional, el Museo de Arte Moderno, el Círculo de Bellas Artes y diversos particulares.

Además, hubo otra sala en homenaje a Mariano Benlliure, con 17 obras de bronce, mármol, algún yeso y también un óleo.

Sala Muñoz Degrain del XIX Salón de Otoño de 1946

 

Tampoco en el XX Salón de Otoño ni en el XXI hubo salas especiales, pero en el XXII Salón de Otoño de 1948, se dedicó una Sala de Homenaje a Juan Espina y Capo en el centenario de su nacimiento. Recordamos que fue el creador y alma máter del Salón de Otoño. Para la sala, se logró reunir un total de 44 obras, cedidas por el Círculo de Bellas Artes,  Patricio Fernández, Vda. de Ramírez, José Marsala Cruz, Clement Tribaldos, José Lafuente, Luciano Matos, Leopoldo Codina y Otto Poppelreuter.

 

En el XXIII Salón de Otoño de 1949, y sin que se llamara como tal “sala”, se llevó a cabo el Homenaje al Maestro Chicharro, Fundador y Presidente efectivo de la Asociación de Pintores y Escultores, que exhibió cinco obras de su reciente producción.

El XXIV Salón de Otoño de 1950 se celebraba además del 40 aniversario de la fundación de la Asociación de Pintores y Escultores. La Junta Directiva reunió obras de algunos de los Socios Fundadores más allegados a la AEPE, lográndose una Sala Retrospectiva del Maestro Chicharro, que reunió 15 obras, una Sala Retrospectiva de Francisco Llorens, con 27 obras, y culminando en lo que llamaron Salas de Fundadores, con obras de Adelardo Covarsi, Juan Espina y Capo, José Llasera, José Ordóñez, José Moreno Carbonero, José Pinazo, Elías Salaverría, Basilio Quintana, Joaquín Sorolla, Emilio Poy Dalmau, Valentín de Zubiaurre, Marceliano Santamaría, Fernando de Amarica, Rodríguez Acosta, J. M.ª López Mezquita, Francisco Llorens, Eduardo Chicharro, Eugenio Hermoso, Ignacio Zuloaga y Luis Bea Pelayo.

Además, el envío de Cataluña mereció dos salas llamadas Salas de Cataluña, donde había obras de Alumá Sans, Tort Fábregas, Tapiola Gironella, Jacinto Olivé Font, Mª J. de Sola, José Gussinye Goronella, Santiago Ezcurra, Luis Mª Güel, Francisco A. Planas Doria, Morató Guerrero, José Nogué, Francisco Torras, Juan Abelló Prat, Ceferino Olivé, Jacinto Conill, Santi Surós, Muñoz Boqueras, Vidal Rolland, Sebastian Llovet Rivas, Rodríguez Puig y Arturo Potau Torredemer.

Por si no fuera poco, hubo dos salas más, llamadas Salas de Vanguardia, que reunieron un total de 66 obras de María Montas, Enrique Monis Mora, Alsina Ibáñez, Isabel Rodrigo, Aurelio Blanco, José Morón Ruiz, Rafael Reyes Torrent, Pedro Gros, Manuel Romero Miguélez, José Barahona, Germaine Allary Debrot, Justa Pagés, Antonio Povedano, Julio Miguel Lencero, Gonzalo Navaridas, Fermín Santos, Antonio Guijarro, José Mexicano Otegui, Bernardo Simonet, Enrique Lagares, J. Mª. Fernández Peláez, Luis Lozano Losilla, Manuel Cosent, Julio Miguel Lencero, Benjamín R. Quiroga, Rafael Seco Humbrías, J. Mª Fernández Aguilló, Francisco Carrasco Gómez, Rutta Rosen, Blas Rosique, Francisco Creo Rodríguez, Javier Ciria, Javier Clavo, José Lapayese, Manuel Hernández Sanjuan, Enrique Mélida, Joaquín Irayzoz, José Mª. de Sucre, Will Faber, Rafael S. Bretano, Andrés Abraido del Rey, Regino Pradillo, Ángel González Benito, Manuel Ortega y Pérez de Monforte, Mario Marín, Ángel Colomer, Antonio S. Largacha, Rafael de Huerta, Julio Miguel Lencero, y Antonio Guijarro.

Un Salón de Otoño inolvidable en el que se lograron reunir los maestros de ayer y los discípulos de hoy, unidos por un mismo ideal”.

En el XXV Salón de Otoño de 1952 hubo una sala dedicada a los maestros que no contó con denominación especial, pero en la que se reunieron obras de Eduardo Chicharro, Pedro García Camio, Fernando de Amarica, Enrique Segura, Marceliano Santamaría, Francisco Esteve Botey, José Nogué Massó, Bernardino de Pantorba, Ramón de Zubiaurre, Mariano Izquierdo y Vivas, Eugenio Hermoso, Valentín de Zubiaurre, Agustín Segura, José Cruz Herrera, Daniel Vázquez Díaz, Jacinto Higueras, José Planes y Máximo Rodríguez.

Hubo otra llamada específicamente, Sala Retrospectiva en honor del pintor granadino Gómez Mir, con 32 obras, y otra Sala de los alumnos de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado (Invitados), de la Escuela de San Fernando, en la que expusieron Mariano González, J. E. Paredes, Alejandro Mieres, A. Ruiz Osorio, Leo Tadeusz Woynarski, Mª. Luisa Semper, Francisco Bernesat, José Luís del Palacio, Julio López Hernández, Francisco Barón Medina, José Gascón, Celia Sagarna, Lucio Muñoz, Camilo Porta, Manuel Lavedan y José Mª Porta.

Además, otra Sala de Acuarelas de la Agrupación Española de Acuarelistas (Invitada), con 25 obras, que se encargó de montar la propia Agrupación.

Las ediciones XXVI y XXVII del Salón de Otoño no tuvieron ningún tipo de sala especial, debido quizás a los problemas surgidos por la falta de espacio del lugar de celebración, y en el XXIX Salón de Otoño de 1957, sí hubo ya salas especiales, y bastantes por cierto.

Una Sala de Francisco González Macías, Invitado de Honor, con 25 esculturas de piedra, mármol, madera y barro.

Una sala dedicada a las Primeras Medallas de anteriores Salones de Otoño, donde expusieron Ramón Arnau, Ramón Martín de la Arena, Vicente Sastre, Pedro García Camio, Enrique Segura, Carlos Moreno, Pedro Roig Asuar, Domingo Huetos, Teresa Sánchez Gavito, Aurelio Blanco, Carlos Casado, Marino B. Amaya, Ana de Tudela, Salvador Perelló, José Pérez Gil, Enrique García Carrilero, Emilio Romero Barrero, Jacinto Conill y Lola Gómez Gil.

Otra sala se dedicó al Homenaje al Maestro Marceliano Santamaría, con 47 obras y otra sala más llamada Sala de José Cruz Herrera, Medalla de Honor de 1956, Invitado de Honor, que exhibió 24 óleos.

Otra más, la Sala de Manuel Castro Gil, Invitado de Honor, con 30 aguafuertes, y las Salas de Homenaje a Roberto Domingo, que incluían la Colección Francisco Sastre Martí, con 24 obras, y la Colección Ladislao Calles, con 20 más.

X Salón de Otoño de 1930

 

En el XXX, XXXI y XXXII Salón de Otoño no hubo salas especiales de ningún tipo y en el XXXIII Salón de Otoño de 1962 se contempló una sala de Medallas de Honor y Primeras Medallas, con obras de Enrique Segura, Eugenio Hermoso, Eduardo Martínez Vázquez, Agustín Segura, José Ordóñez Valdés, Ramón de Zubiaurre, Juan Vila Puig, José Cruz Herrera, Francisco Núñez Losada y Roberto Domingo.

Hubo además otra Sala de Fundadores, con 25 obras de Valentín de Zubiaurre, Elías Salaverría, Marceliano Santa María, Francisco Pons Arnau, Joaquín Sorolla, Eduardo Chicharro, Fernando Cabrera Canto, Fernando Álvarez de Sotomayor y Francisco Domingo Marqués.

Otra sala más era de invitados de la Agrupación de Acuarelistas con 48 obras,  y otra sala de Primeras y Segundas Medallas, donde se pudo ver las obras de Josefina de Lanceyro, Ramón Estalella, Lola Gómez Gil, César Fernández Ardavín, Enrique Espin, Fernando Cabrerar Gisbert, Amparo Cruz Herrera, Pedro García Camio, Félix Herraez, José Bardasano, Leonardo Pérez Obis, Francisco Moreno Navarro, Ana de Tudela, Antonio Iglesias Sanz, Sebastián Pascual Tejerina, Antonio Martínez Amaya, Juan Ramón Cebrián, Eduardo Vial Hugas, Mercedes del Val Trouillhet, Vicente Delgado Rubio, José Valenciano Gaya, Pedro Marcos Pérez Bustamante, Rosa Cervera de Torrescassana, Vicente Renau, Manuel Redondo, Mariana López Cancio, Rogeko García Vázquez, Miguel Carrión, Mª del Carmen Barriopedro, José María del Río, Adelina Labrador, Vicente Sastre, Julio Pérez Torres, Regino Pradillo, José Pérez Gil, Francisco Núñez de Celis, Luis Lozano Losilla y Manuel Ortego.

En el XXXIV Salón de Otoño de 1963 se dedicó una sala En Homenaje al pintor Agustín Segura, Medalla de Honor del XXXIII Salón de Otoño, donde se expusieron 24 retratos escogidos.

Hubo otra sala En Homenaje a Ramón Stolz, Bocetos y dibujos de obras realizadas por R. Stolz Viciano, con 144 obras y una sala de la Agrupación Española de Acuarelistas, con obras de Paula Millán, Mª. Luisa Arias, Rosario Ferrer, José Corral Díaz, Mª. Joaquina Gómez de las Cortinas, Pilar Hazen, Ángel Alboniga, Manuel Martín Merino, Pilar Girón, José Pérez Calín, Buenaventura Carreras, Juan Francisco Gascón, Roberto Coll, Diego José Fontesilla, Arturo Canela, Arturo Gibert, Pablo Rodríguez Mostacero, Lope Tablada, Giovanella, Manuel Ortego, Luís Brihuega, Celia Cortés, Rosario Barabimo, Genaro de No, Leonardo Pérez Obis y Luís Montané.

Y una sala más de la Agrupación Nacional de Dibujantes Españoles con obras de Eusebio Alonso Esteban, Joaquina Velasco, Alfonso Calvo, Antonio García Palomero “Rega”, López Gambin “Loffer”, Luis Rodríguez Gento, Antonio Martínez Ferrer, Eduardo Gutiérrez “Egu”, Carlos Valenciano, Manuel Yunta Fernández y Enrique Behrmann “Roski”.

Además, una Sala de México, con obras de Alfonso de Lara Gallardo, Alonso Gutiérrez, Javier López Vázquez, Angelina Groso de Gómez, Irma Río Demertz, Miguel Vila, José Bardasano, Juana Francisca Rubio, José Luis Bardasano, Maruja Bardasano, Juan José Torralba y Guillermina Gordo.

El XXXV Salón de Otoño de 1964 contó con una Sala denominada “Asociados de México”, con obras de Maruja Bardasano, Angelina Groso, Juana Francisca Rubio, José Luís Bardasano, Marina Trujillo, Irma Río, Lucero García, Sergio L. de Guevara, Margarita Hernández y Javier López Vázquez.

Dispuso también de una Sala Homenaje a José Ordóñez Valdés, Socio Fundador, con 30 de sus obras.

El XXXVI Salón de Otoño de 1965 presentó la Sala en Homenaje a Rafael Pellicer, Medalla de Honor del XXXIV Salón de Otoño, donde se exhibieron 25 obras, casi todas propiedad de la familia Pellicer, pero también una de Prados López y dos de la Calcografía Nacional.

Dos salas especiales más, llamadas de “invitados”, que se reservaron para los alumnos de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.

En el XXXVII Salón de Otoño de 1966 hubo una Sala Homenaje a Pepe Valenciano, con 20 obras entre óleos, dibujos y acuarelas, una Sala de Mallorca, con obras de Bernardo Ribot, Cayetano Martí, Juan Ribas, Fernando Garfella, Antonio Monserrat, Robert Clement, Mateo Canellas, Pablo Monserrat, Kristian Krekovic, Miguel Llabres, Aurelio Mauro, Jaime Simonet, Juan Manuel Roca y Sebastián Ramís.

Además, una Sala de Maestros con obras de Cruz Herrera, José Bardasano, Luis Brihuega, Juana Francisca Rubio, Maruja Bardasano, Ruano Llopis, Aurelio Arteta, Aniceto Marinas, Domingo Marqués, Martínez Baldrich, Rosario Velasco, Alfredo Enguix, Aurelio Blanco, Eduardo Chicharro, Agustín Segura, Ramón de Zubiaurre, Ceferino Olivé, Capulino Jauregui, José Moreno Carbonero, Juan Vila Puig, Fernando de Amarica y Rafael Pellicer.

Tuvo también una Sala de Honor de Enrique Ochoa, con 28 obras tituladas todas ellas con nombres de obras musicales, y sin una especial reseña, una sala de Santiago de Santiago, con 23 obras: escayolas, piedras, mármoles, maderas, bronces y terracotas.

En el XXXVIII Salón de Otoño de 1967 tuvo salas de Primeras Medallas, que acogía obras de M. Martínez Alcover, Francisco Moreno Navarro, Vicente Sastre, Juan Montesinos, Carmen Barriopedro, Mercedes del Val, Teresa Sánchez Gavito, Leonardo Pérez Obis, Rita Vie, Eduardo Vial Hugas, Ramón Estalella, Manuel Redondo, Enrique Lagares, V. Santos Sainz, Roberto Coll, Ernesto Goday, Julio Pérez Torres, Pedro Marcos Bustamante, Eliseo Esteve, Cristina de Baviera, Isabel Guerra, Pedro Roig Asuar, J. Manuel Serrano, Manuel de Iñigo, Luís Brihuega, Miguel Carrión y Santiago de Santiago.

Dispuso este Salón de una Sala Bardasano (Tres generaciones), reunía obras de Juana Francisca de Bardasano (Francisca Rubio de Bardasano), Maruja Bardasano de Peña, José Luis Bardasano, Carolina Peña Bardasano, Rosalva Peña Bardasano y José Bardasano, una completa familia de artistas.

También otra Sala de Maestros, donde figuraron obras de Francisco Soria Aedo, José Cruz Herrera, Josefina de Lanceiro, Roberto Domingo, Marceliano Santamaría, José Aguiar, Rafael Pellicer, Ruano Llópis, Agustín Segura, Enrique Martínez Cubells, E. Chicharro Agüeras y José Bardasano.

Se dedicó una Sala de Honor de Enrique Segura, que el catálogo no relacionó ni especificó, una Sala de Mallorca, con obras de Enrique Ochoa, Manuel Rodenas, Fernando Garfella, Robert Clement, Jaime Simonet, Pablo Monserrat, Manolo Rus, Cayetano Martí, Roca Fuster, Antonio Monserrat, Fritz Svedrin y Juan Rivas.

Y por último, una Sala de Honor de Mohamed Sabry, con 20 obras.

XII  Salón de Otoño de 1932

 

En el XXXIX Salón de Otoño de 1968 se mantuvo una Sala de Maestros, con obras de Francisco Llorens, José Cruz Herrera, Enrique Segura, Alfonso Grosso, Josefina de Lanceiro, Francisco Soria Aedo, José Bardasano, Julio Moisés, Eduardo Chicharro Agüeras, Enrique Ochoa, Luís Brihuega, Agustín Segura. Además, una sala de Dibujos maestros de José Bardasano, Aurelio Blanco, José Cruz Herrera, Luis Brihuega, Enrique Ochoa, José Pérezgil, Isabel Guerra, José Luis Bardasano, Josefina de Lanceyro, Juan Francisca Rubio y Francisco Llorens.

Una sala también de Apuntes, con obras de José Rivas Lara, José Pérezgil, Miguel Carrión, Ángel Ruiz Viñas, M.G. Martínez Alcover, Juana Francisca Rubio, José Bardasano, Julián Carboneras, Francisco Moreno Navarro, Juan Montesinos, Manuel de Iñigo, Edmundo Lloset, Arturo Canela, A. González Arés, M. García Panadero, Ángeles Martano, F. López Rodríguez, J. Martín de Castro, T. Manzano, Luis Brihuega, Jacobo Roma, Janine Uzac e Isidoro Herranz. Incluís además la sala Dibujos Infantiles originales de Rosalva, Beatriz y Carolina Peña Bardasano, Mari Carmen Ortega Prados, Carmen y Mari Cruz Brihuega, Joserre Pérezgil, Luís del Palacio y Alejandro Aguilar Soria-Aedo.

Y una Sala de Honor en homenaje a Francisco Soria Aedo, con 17 obras, y dos más de su hija Fernanda Soria Aedo de Aguilar.

Otra sala de Obras de Agustín de la Herrán, con 18 obras, y una última sala de Mallorca, donde expusieron Carmen Soler, Rafael Lara, Cayetano Marti, Antonio Monserrat, Fernando Garfella, Robert Clement, Manuel Rus, J. Ribas, Bruno Beran, Canyellas, Manuel Rodenas, Juan Miguel Roca Fuster, Concha Bayle, Fernando Sastre, Fernández Aguillo, Rosario Cantano, Elvira Medina, Ladislao Tinao, Joaquín Yela, Gonzalo de Picola, Mari Pepa Zubeldía, Francisco Tarín, Ascensión de Marcos, Guadalupe de Madariaga, Gloria Coello.

En el 40 Salón de Otoño de 1969 se exhibieron dos dibujos de las Infantas Doña Elena y Doña Cristina de Borbón, y aunque el catálogo no recogía como tal, una Sala dedicada a Eugenio Hermoso, con 17 obras.

En las ediciones del 41, 42 y 43 Salón de Otoño no hubo salas especiales de ningún tipo, abriendo el catálogo del 44 Salón de Otoño de 1974 con una página en la que se lee que Mohamed Sabry, Académico correspondiente de la Real Academia de San Fernando de Madrid, es el Invitado de Honor. Y fuera de catálogo, hubo Sala especial de Homenaje al Marqués de Lozoya.

Ni en el 45 ni en el 46 Salón de Otoño hubo salas especiales, mientras que el 47 Salón de Otoño de 1980 fue en homenaje a José Camón Aznar, invitándose a un plantel cercano al centenar de artistas, que recibieron una medalla conmemorativa: Carlos Aguado, Waldo Aguiar, Francisco Alcaraz, Manuel Alcorlo, Elvira Alfageme, Luz Alvear, Amador, Juan de Avalos, Manuel Baeza, Juan Barjola, José Beulas, Antonio Bisquert, Venancio Blanco, Pepe Bornoy, Luis Brihuega, Leonardo Bueno, José Caballero, Julián Casado, José Luís Coomonte, Cortina y Arregui, Costa Moreira, José A. Cuni, Eugeni Chicano, Alvaro Delgado, Alberto Duce, Agueda de la Pisa, Antonio de Miguel, Miguel Echauri, Federico Echevarría, Eufemiano, Feliciano, Fernández Barrio, J. Mª. Fibral, Menchu Gal, García Abuja, García Barrena, Cecilia Gárate, Gerónimo, Goñi, Guijarro, Hernández Mompó, Hernández San Juan, Hipólito Hidalgo de Caviedes, Genaro Lahuerta, Lapayese Bruna, José y Ramón Lapayese del Río, Magdalena Lerroux, Manuel López, López Soldado, López Villaseñor, José Lucas, Macarrón, Mampaso, Martínez Novillo, Ángel Mateos, Ángel Medina, J. Luís Medina, Mingorance Acien, Asunción Molina, Juan Montesinos, Juan A. Morales, Pedro Mozos, Luís Mosquera, Benjamín Mustieles, Eduardo Naranjo, Roberto Newman, Núñez de Celis, Benjamín Palencia, Pérez Comendador, Gregorio Prieto, Redondela, Pepi Sánchez, Julián Santamaría, Fermín Santos, Sanz Magallón, Enrique Segura, Tarrats, Cristóbal Toral, Torres Guardia, Vaquero Palacios, Vaquero Turcios, Vargas Ruiz, Vassallo, Vicente Vela, Viola y Zarco.

El 48 y 49 Salón de Otoño no tuvieron salas especiales, y ya en el 50 Salón de Otoño de 1983, se recuperó la Sala Homenaje a los artistas que hicieron posible el I Salón de Otoño en 1920, encabezada por una Maternidad de Sorolla y con obras de Benedito, Cecilio Pla, J. Benlliure, Martínez Vázquez, Ricardo Baroja, Juan Adsuara, López Mezquita, Rafael Pellicer, Vila Puig, Cruz Herrera, Gabriel Morcillo, Núñez Losada, Álvarez de Sotomayor, Juan Cristóbal, Mariano Benlliure, José Bardasano, Rafael Botí, Benjamín Palencia, José Planes, Eduardo Chicharro, Valentín de Zubiaurre, Eugenio Hermoso, Vázquez Díaz y Vaquero Palacios.

XXXIII Salón de Otoño de 1962

 

En el 51 Salón de Otoño de 1984 hubo una sala dedicada a los alumnos de la Escuela de San Fernando, en realidad, Facultad de Bellas Artes, con 41 obras de Pilar Aél, Juan José Albarracín, Juan C. Alcón Alegre, Bachir El Harti, Fernando Baena Baena, Carlos Baeza Torres, Jesús Baquero Millán, Juan José Bravo Matías, Marta de Cambra, Laura Ceballos Enríquez, Marcos Carrasco Carmona, Manuel Domínguez Culebras, Jaime Elechiguerra Noirot, Juan Carlos Fernández-Escribano Arbizu, Magdalena Fernández Merino, Carmen Ferrer de la Puente, Leopoldo Fernández Sánchez, Alfredo García Revuelta, Lázaro Hernández Becerro, Helena Herranz Las Heras, Natividad Jiménez Sánchez, Pedro López Cañas, Mª Angustias López Casas, María López-Chaves Esteban, Mercedes López de los Mozos Muñoz, Luis López Varela, Mª Jesús López Vidal, Javier Martín Arrillaga, Carlos Martín Martín, Sergio Martín Peñaranda, María José Martínez Vázquez de Parga, Amparo Méndez Campoamor, Alicia Navarro González, Álvaro Antonio Olivares López, Pablo Peinado Céspedes, Ana Pérez de Eulate Urrea, Alfredo Piquer Garzón, Luis Priego Priego, Myriam Sanz Velasco, Curro Ulzurrun y Margarita Vega Ruiz.

Figuraban además, como invitados: Alcorlo, José Beulas, López Alarcón y Demetrio Salgado.

A partir del 52 Salón de Otoño ya no hubo salas especiales, pero cabe destacar que el 57 Salón de Otoño de 1990 rindió homenaje a la figura de Rafael Alberti, participante de la primera edición del Salón de Otoño.

En la edición número 90 del Salón de Otoño, la AEPE quiere rendir homenaje al escultor Santiago de Santiago, que fuera Vicepresidente de la AEPE y Premio Princesa Sofía de 1971.

Fallecido esta primavera, el escultor llevaba más de medio siglo otorgando un premio con su nombre en el Salón de Otoño. Un mecenazgo ejercido durante más de medio siglo, que sólo puede ser expresión de su generosidad personal orientada al apoyo de la cultura, del arte y específicamente, de la escultura.

41 Salón de Otoño de 1971

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Agustín López González, autor del cartel del I Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

Agustín López González

Autor del cartel del I Salón de Otoño

de la Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

LOPEZ GONZALEZ, Agustin  1876  MADRID  MADRID  1935

 

El-dibujante-Manuel-Agustin-Lopez-en-1912-por-Carlos-Verger-Fioretti.

Agustín López por Carlos Verger Fioretti, 1912

 

Cartel anunciador del I Salón de Otoño de 1920

 

Agustín López González Nació en 1878, en Madrid.

Firmaba sus trabajos como “Agustín”, siendo así conocido por todo el ambiente artístico nacional.

Destacado alumno de la Escuela de Bellas Artes, fue oficial en algunos talleres de pintores decoradores, muy de moda en el ambiente de la alta sociedad de la época.

La facilidad con que dibujaba de memoria le llevó a colaborar en los más importantes periódicos ilustrados del momento.

Comenzó a ser conocido en los círculos artísticos por sus ilustraciones de la Primera Guerra Mundial, que publicó en La Tribuna.

Ilustraciones de En la guerra, de El Cuento semanal

 

Estos le abrieron las puertas para trabajar en otros medios como España Nueva, El Heraldo de Madrid, España Libre, El Imparcial, Vida Nueva, ABC, Blanco y Negro, Ahora, Estampa,…

Participó activamente en la serie El Cuento Semanal, siendo uno de sus ilustradores más prolíficos, realizando numerosos dibujos en las páginas interiores de los números de esta colección literaria.

Ilustraciones de En la guerra, de El Cuento semanal

 

Como pintor presentó obras a distintas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Como cartelista obtuvo algún premio en los concursos del Círculo de Bellas Artes, logrando también el primer premio en el concurso abierto por la empresa del nuevo diario La Jornada en 1917.

Un año más tarde logró el primer premio del concurso de carteles del Baile de Niños del Circulo de Bellas Artes, y según la crítica …”el cartel de Agustín López, que es bello y original, pero un poco tímido para la calle. Es, no obstante, uno de los mejores que ha hecho el notable artista, y uno de los más interesantes de la Exposición”.

En la Escuela de Artes y Oficios desempeñaba una auxiliaría de dibujo.

Asistía diariamente a una tertulia de pintores, escultores y escritores en el Círculo de Bellas Artes.

Portada de El cuento semanal para El último Abderramán, de Francisco Villaespesa

 

En 1930, y como curiosidad, el diario Ahora comunicaba que …“el dependiente ha dado una participación de una peseta al dibujante de Ahora y Estampa Agustín López, que ha sido favorecido con el segundo premio de la Lotería nacional de Navidad”.

Al XI Salón de Otoño de 1931 presentó en la sección de Arte Decorativo una serie de Carteles.

A consecuencia de una penosa enfermedad, que soportó con resignación, pues venía padeciendo una faringitis de carácter tuberculoso, falleció en su domicilio de la calle Mira el Sol, 10, del popular barrio madrileño de Lavapiés, el 24 de noviembre de 1935, a los 59 años.

Quien le conocía afirmaba que era un hombre bueno, lo que se dice bueno, y todo lo que fue en su vida se lo ganó con esfuerzo constante.

Portada de El cuento semanal para La buena fama, de Pedro de Répide

 

La obra de Agustín encarnaba el Madrid de los barrios bajos, con su ingenio castizo y un archivo de noticias acerca de las transformaciones que ha sufrido durante 50 años la capital de España.

A su muerte, los diarios recordaban que era …”Aficionado excelente y maravilloso dibujante caricaturizó en su época al Gallo, Pastor, Joselito, Gaona, Belmonte y Sánchez Mejías, siendo sus caricaturas celebradísimas”.

Caricatura aparecida en El Imparcial, de Pellicer

 

Ramón Pulido escribió sobre él en 1916, que …“Agustín es un luchador digno de mejor suerte, de grandes conocimientos como decorador; en el arte del cartel ha tenido aciertos grandísimos; dibuja admirablemente; sabe identificarse con los asuntos que trata de expresar y es original no sólo como pensador, sino en la forma de concebir las tonalidades, siempre armónicas y sugestivas”…

La Voz, 1935

 

Luis Gil Fillol, crítico de arte y escritor que llegó a ser Vicepresidente del Patronato del Museo Nacional de Arte Moderno, publicó a los dos días de fallecer el artista, un extenso artículo en el diario Ahora, que reproducimos íntegramente:

EL DIBUJANTE AGUSTÍN LOPEZ”. Ha muerto él gran dibujante «Agustín». Pocas veces se emplea el adjetivo con tanta propiedad y justicia. Agustín López «Agustín», como se le conocía en los medios artísticos, fue, en efecto, un dibujante grande. Grande en capacidad, en perfección técnica, en hombría de bien. Era pequeño, en cambio, en ambiciones. Su cuerpo desmedrado, enjuto, minúsculo, se había llenado de bondad, y difícilmente cabían en él otros sentimientos que no fueran los propios de su espíritu generoso y comprensivo. ¡Extraño caso de modestia el suyo!… Cuesta trabajo imaginar cómo se pueden poseer dotes artísticas tan eminentes, dibujar de la manera primorosa y correcta que «Agustín» dibujaba, dominar con facilidad excepcional los más vidriosos problemas de la técnica, tener una cultura tan arraigada y ser, al mismo tiempo, tan tímido y huidizo. Porque «Agustín» huía, materialmente huía, de todo lo que pudiera significar alabanza, aplauso o simplemente comentario. Sus amigos recordemos anécdotas que tal vez no puedan comprender los que no le trataron. De tarde en tarde—porque era incapaz de entablar competencia con otros artistas o de buscarlo directamente—-recibía un encargo: unas Ilustraciones para un libro, una orla para un diploma, una viñeta de periódico… Nadie podía hacerlo como él. Nadie lo hacía mejor en realidad… El cliente, más que satisfecho encantado con el dibujo, acudía a su casa, la casa de la calle de Mira del Sol donde «Agustín» había comenzado a dibujar trazos ingenuos en las paredes, donde después, a las órdenes da un maestro pintor de brocha gorda, embadurnaba puertas; donde por último se deslizaba pacífica y humildemente su trabajosa existencia de dibujante ilustre… Mira el Sol, 10. Desde la misma acera carcomida, apenas adivinada por una puertecilla estrecha, arranca la escalera de hormigón, cuesta arriba, serpenteando entre muros desconchados y sucios… Ya en el primer descansillo, a la entrada de un corredor oscuro con puertas alineadas como en una cárcel, el cliente consulta sus notas.

No se ha equivocado: Mira el Sol, 10. Aún tiene que subir dos o tres pisos más. Durante la ascensión, el ánimo y los propósitos del cliente van descendiendo. Pensaba ofrecerle quinientas pesetas. Ahora cree que tal vez doscientas cincuenta sean bastantes… «Agustín» espera de pie, junto a una cómoda, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, demasiado larga, y el cuello envuelto en una bufanda de algodón. —Vengo a pagarle su trabajo, que me ha gustado muchísimo. Usted dirá qué debo darle. —Lo que usted quiera. Es cosa que no tiene importancia. Y, además, lo he hecho de prisa… Al correr de la pluma… El cliente reflexiona, mientras extiende la mirada por la estancia modesta. —¿Le parece bien… (vacila aún) 150 pesetas? «Agustín», sorprendido, abre mucho los ojos… No está seguro de haber oído con claridad. —¿Ciento cincuenta pesetas?… No, no, señor. Yo no debo cobrar por «eso» arriba de quince duros… Y en conciencia valía más, mucho más de las quinientas pesetas que el cliente tuvo la tornadiza intención de pagarle. Porque algunos dibujantes españoles podían hacerlo casi tan bien como «Agustín». Mejor, ninguno. Nadie como él manejaba el lápiz y la pluma con un concepto tan elevado de la dignidad artística. Nadie como «Agustín» componía y movía- con tan auténtica emoción esas escenas de combates, donde se confunden en una sola masa soldados, caballos y cañones. Nadie hacia vibrar los apuntes militares con tan bizarra gallardía. La guerra europea fue el apogeo de su arte de dibujante. Trabajaba conmigo en «La Tribuna» y le vi muchas veces traducir en línea, con la limpieza y agilidad de quien conoce el idioma a perfección, los partes oficiales. Imposible superar la expresión dolorida de hombres y bestias acosados por el fuego enemigo, el movimiento de los ejércitos en fuga, el júbilo de las tropas victoriosas, la angustia de las prolongadas vigilias en las trincheras, el espanto de las ciudades invadidas cuando sólo quedaban escombros humeantes de sus tasas.. . Cada lámina de «La Tribuna», cada una de las viñetas que ilustraban la información la Gran Guerra, merece los honores de un cuadro, porque así eran en cuanto a concepto y elevación artística.

Tampoco nadie ha igualado a “Agustín” en la minuciosidad caligráfica y la gracia compositiva de orlas, pergaminos y decoración en general. Ese sentido barroco de la línea que tan pronto se estiliza en las hojas de acanto o laurel, como se repliega para modelar difíciles escorzos de angelillos desnudos y holgadas túnicas de matronas simbólicas, le creó una especialidad en la que no es frecuente estimar otro mérito que el de la paciencia benedictina. “Agustín “ fue ciertamente para esta clase de trabajos un celoso miniaturista, como pudieran serlo los monjes ilustradores de códices de la Edad Media. Pero fue, además, un gran artista con excelencia, que sacó este género de dibujo del ambiente mercenario de los talleres a la luz libre y esplendorosa del Arte verdadero.

Sin su modestia inexplicable, sin su timidez incomprensible, y en un clima artístico más benigno, menos riguroso para los que quieren vivir en el Arte y de Arte, Agustín López no hubiera muerto en esa casa sórdida de la castiza calle de Mira el Sol… Pero “Agustín” no quiso sonreír a la vida, que aceptaba sin gozo y sin pedirle nada, y la vida fue con él cruel unas veces, fría e indiferente otras”.

El cuento semanal

 

Unos días después, Bernardo Giner de los Ríos publicaba en La Libertad otro artículo titulado In Memoriam, que también reproducimos:

Las artes están de luto. jHa muerto «Agustín»! Desaparece con él una época. Los dibujantes españoles han perdido un maestro. Pero… con ser esto mucho, algo más hemos de llorar: ¡Ha muerto un hombre!… Agustín representaba moralmente ese tipo que Galdós destacó, extrayéndolo de ambientes humildes, en los que por atavismo, esta raza española —ella y sólo ella—produce: el hidalgo, con todo lo que esto quiere decir de dignidad, de modestia profunda-confundible por los que no la comprenden con soberbia—, corazón de oro, alma fuerte, forjada en la lucha, en el sacrificio y en la privación. Al amparo de su insignificancia física existía en él un prurito de obscurecer sus condiciones extraordinarias. ¡Vano esfuerzo! Nadie que disfrutara de su Intimidad pudo dejar de ver aquel espíritu selecto y aquella bondad rezumante, e través de un exterior que quería aparecer más que fuese adusto y hasta huraño. Pertenecía Agustín a esa legión de hombres dignos de ser reverenciados, que produjeron su arte robando el tiempo al sueño y al descanso, después del agotador esfuerzo cotidiano de un oficio. Y, sin embargo, su obra, conocida, pero poco resaltada, su asombrosa facilidad y su personalidad Indiscutible se caracterizan por lo jugoso de la expresión, típica del que ha creado sin esfuerzo y sin fatiga. En estos últimos tiempos, rendido ya por aquel esfuerzo de toda su vida, cuando en el grupo de sus amigos él relataba lo penoso de su pasado, habla en la descripción un dejo de legítimo orgullo, y únicamente el gesto delataba muchas veces la intensidad del sacrificio y el esfuerzo de tantos años de lucha con tenacidad Invencible. La evidente injusticia de la suerte habíale dejado un dejo amargo de escepticismo. No podía escapar a su espíritu de justicia el diferente trato de que es objeto frecuentemente el valer positivo y el favor y la suerte de otros. Nunca, sin embargo, le oímos una queja. Por el contrario, le producía asombro sincero y satisfacción infantil el que se elogiara su labor, que él, modesto absoluto, calificaba de mediocre… Últimamente, el hombre que prodigó dibujos (especialmente aquellos Inolvidables de la guerra europea), no cogía el lápiz sino para expresarnos a sus amigos lo que por recato y por timidez silenciaba, y que con sus dibujos, sin embargo, nos decía. Por un subconsciente más fuerte que él mismo, en estos meses, temas del caballero cervantino eran sus preferidos. «Te visitará un amigo—me decía hace poco—de mi parte. Recíbelo y sé benévolo con él.» Y, en efecto, una maravillosa cabeza de D. Alonso Quijano vino a decirme—con sus ojos penetrantes, su faz cetrina y demacrada, toda espíritu—, con la misma fiebre en la expresión que la que ya entonces devoraba al autor, igual de cuerpo y de alma que el héroe, todo lo que él, sobrio de expresión y tímido en el decir, no era capaz de expresar… iLas artes están de luto! ¡Hemos perdido un hombre de los que rara vez en la vida se cruzan en nuestro camino, expresión fiel de esta raza española y madrileña que cuando se da con matices de sobriedad y de hidalguía, alcanza límites insospechados!”.

Agustín López González y la AEPE

Presentó obra al I Salón de Otoño de 1920:

429.- 1918, óleo, 0,73 x 1,09

Al XI Salón de Otoño de 1931 presentó:

440.- Cartel

1918, obra presentada al I Salón de Otoño de 1920

 

Distintas ilustraciones aparecidas en El cuento semanal

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Juan Espina y Capo, creador del Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO

Por Mª Dolores Barreda Pérez

Juan Espina y Capo

ESPINA Y CAPO, Juan  P.G 1910(F124)   1848 TORREJON VELASCO  MADRID  15.dic.1933

Socio Fundador de la AEPE

Vocal de la AEPE

Artífice del I Congreso Nacional de Bellas Artes

Secretario General de la AEPE

Fundador del Salón de Otoño

Juan Espina y Capo retratado por el también socio José Garnelo

 

Juan Espina y Capo nació en 1848 en el madrileño municipio de Torrejón de Velasco.

Era hijo del doctor Pedro Espina Martínez, prestigioso médico del Hospital Provincial de Madrid en 1852, condecorado con la cruz de la Orden Civil de la Beneficencia de primera clase por sus servicios en las epidemias de cólera ocurridas en Madrid en 1855 y 1865.

Hermano de Antonio Espina y Capo, también médico, pionero de la radiología en España, ya que fue el primero en usar los rayos X en Madrid y propuso utilizar el término «radiografía» en lugar de «fotografía» o «electrofotografía», y que fuera también académico y senador.

Padre del escritor, poeta, narrador, ensayista y periodista vanguardista,  incluido entre los escritores del novecentismo, Antonio Espina García.

Hizo el Bachillerato en el Instituto de San Isidro, en Madrid, y en 1863, cuando contaba con quince años, fue becado por la Diputación madrileña, marchando a París para ampliar estudios y entrando en contacto con las nuevas corrientes pictóricas francesas.

Sin haber cumplido 20 años, participa en la sublevación del cuartel de artillería de San Gil, el motín contra la reina Isabel II que se produjo el 22 de junio de 1866 en Madrid, con la intención de derribar la monarquía y que acabó en un rotundo fracaso. La sublevación contó con un amplio movimiento cívico-militar encabezado por Juan Prim y que contaba entre los civiles con personalidades como Mateo Sagasta.

La represión del levantamiento fue muy dura, siendo fusiladas 66 personas, en su inmensa mayoría sargentos de artillería, y también algunos soldados, de entre los más de mil detenidos.

Como participante de la sublevación, Juan Espina y Capo huye de Madrid y se refugia en la serranía de Cuenca, tras ser incluido en la sentencia de muerte por haberse batido a favor de los artilleros sublevados.  La amnistía posterior a los civiles, le alcanzó de lleno, retomando su formación artística, si bien seguía siendo una persona comprometida social y políticamente.

Tras su formación en París, regresa a Madrid e ingresa en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, siendo discípulo del paisajista Carlos de Haes.

En 1872 fue pensionado para la Academia de España en Roma, donde pasará tres años de estudios y continuos viajes a París.

Caricatura de Juan Espina y Capo aparecida en Blanco y Negro

 

Nuevamente en 1873 participa en la rebelión cantonal con núcleo en Cartagena, que sufrió España durante la I República, mientras mantenía tres guerras civiles simultáneas. El Gobierno republicano español se enfrentaba a la tercera guerra carlista, en el norte, y a una guerra civil en Cuba, la de los 10 años, en la que españoles luchaban contra españoles pues en las Antillas no había población nativa. A estas dos guerras tenemos que sumar la rebelión cantonal que se produjo entre julio de 1873 y enero de 1874.

A resultas de esta nueva participación, Juan Espina se exilia a tierras del norte de África.

A partir de entonces, la dedicación al arte se concreta y define de manera absoluta.

Participante activo en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, en la de 1881 obtiene una Tercera Medalla con “Paisajes”.

Atardecer

Después de la tempestad

 

Jardín

 

En la de 1884 consigue la Segunda Medalla con “La tarde”, y un año después, también la Segunda Medalla con “La tarde en El Pardo”.

Al margen del ámbito de las nacionales, fue galardonado en la Exposición Literario-Artística de Madrid en 1885 y en las regionales de Zaragoza y Cádiz de 1887.

En la sección de grabado, logró la Segunda Medalla en 1906 y también en 1908, alzándose con la Primera Medalla en la de 1926.

Se especializó en temas de paisaje, siguiendo las líneas de la Escuela de Barbizon, que tuvo a Théodore Rousseau como inspirador, utilizando una técnica minuciosa al servicio de un lenguaje rea­lista, con una especial valoración del ambiente y un tratamiento lumínico característico.

En el campo internacional, actuó como delegado de España en las Exposiciones Internacionales de Berlín de 1866, la de Viena de 1892 y en la de Chicago de 1893, y representó a España en las Exposiciones de Suecia y Noruega de 1890.

A lo largo de su vida desarrolló una intensa actividad académica, fue un artista viajero y asiduo visitante de los museos europeos.

Celebró numerosas exposiciones individuales y participó en muchas colectivas, presentando sus lienzos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en las gale­rías Hernández y Bosch.

Mundo Gráfico, 1928, inauguración de la exposición de obras de Juan Espina y Capo  y su hijo ,en el Círculo de Bellas Artes

 

En julio de 1925 realizó una exposición en el Museo de Arte Moderno que recogió la prensa, como La Esfera, que  comentaba que “ha reunido la más diversa y fecunda serie de obras de pintura y grabado: óleos, temples, acuarelas, aguafuertes, etc., y una importantísima colección de apuntes hechos con la lozanía juvenil, con la frescura espontánea que el notabilísimo maestro pone en cuanto realiza. Los apuntes de Espina, como sus grabados, tienen sobre la tradicional solidez de una educación clásica, realzando la seguridad técnica de una larga vida consagrada concienzudamente al arte, esa generosa modernidad que le hace eternamente joven”…

Deshielo

 

Fue designado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1931, versando su discurso de ingreso acerca de «Belleza, libertad y fraternidad», verdadera profesión de fe artística: «Nada más hermoso que las obras de arte engendradas por la belleza en colaboración con la libertad y la fraternidad.» Simultáneamente,  impartía clases en el Centro Instructivo Obrero y del Fomento de las Artes.

Falleció el 15 de diciembre de 1933 en Madrid, hecho recogido por multitud de diarios de la época en los que se destacaba que … “por su talento y su arte, podía decirse que era una de las mis ilustres figuras de nuestra pintura contemporánea… modelo de laboriosidad, cultivó todos los géneros del dibujo, la pintura y el grabado… en una existencia consagrada a un arte en el que fue maestro… Espíritu independiente, con rebeldía, han sido 85 años vividos con una intensidad extraordinaria, derrochando inteligencia y corazón, siempre dispuesto a romper una lanza por el arte o por su ideal, extasiándose ante la hermosura de un paisaje o ante la belleza de una mujer”…

En otros, se lee que “a pesar de sus 85 años, estando cabal y entero, todavía se escapaba al campo para pintar acuarelas… idealista y apasionado, Don Juan Espina y Capo era uno de los mejores paisajistas españoles de todos los tiempos”…

El Pico de Peñalara

Gente en el parque

Bosque con figura

Paisaje

 

En su Torrejón de Velasco natal hay un Centro Cultural que lleva su nombre.

Demostró gran talento para las composiciones de rico cromatismo y luminosidad, especialmente en paisajes de atardeceres y auroras. Destacó también en el grabado al aguafuerte.

En sus ­paisajes hay una visión atenta de la ­realidad y un interés especial en el tratamiento del color lleno de vigor y entusiasmo, sin descuidar los valores compositivos.

Decía Juan Francés, a propósito del ingreso de Juan Espina y Capo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que “Juan ha sido siempre el inadaptado y el disconforme, el que consideró más bello ansiar la ruta recién abierta, violar los horizontes, que aceptar la sedentaria conformidad de los hallazgos fáciles y los caminos harto ejercidos… A él se le debe en gran parte el descubrimiento estético del Guadarrama… presente en su obra con la fidelidad lumínica y la melancolía augusta… la fuerza renovadora de espiritualismo que contiene ese afán de copiar nubes y cimas… la sutil percepción de la atmósfera, ese aprehender el aire limpio, puro, que otorga las líneas remotas y acusa lo que importa ver bien para los efectos del grabado… Una gran sensibilidad, puesta al servicio de un estilo suelto, fácil, gracioso y fluido en apuntes que se repiten sin monotonía ni fatiga… Los aguafuertes ratifican su calidad de precursor del renacentismo actual del grabado en España.

Paisaje en primavera 

Árboles

El puente 

Paisaje con cascada 

Dibujo de Segovia aparecido en La Ilustración Española y Americana

Juan Espina y Capo retratado por Francisco Maura

Juan Espina y Capo retratado por José Garnelo

Juan Espina y Capo y la AEPE

Socio fundador de la Asociación de Pintores y Escultores, de la que fue Vocal de la Junta Directiva y Secretario General.

Artífice del I Congreso Nacional de Bellas Artes que organizó la Asociación de Pintores y Escultores en 1918, que contó con el apoyo de todos los organismos oficiales, de todas las sociedades afines y los centros de enseñanza, bajo el patrocinio del Rey Alfonso XIII. El congreso se organizó con las secciones de Pintura, escultura, grabado, arte decorativo, museos, arquitectura, enseñanza y música, y en su clausura, el escultor, socio y Director General de Bellas Artes en aquellos momentos, Mariano Benlliure,  manifestó que “no sólo admiraba a los que habían realizado un acto de género desconocido en la patria española sino que, desde luego hacía suyas alguna de las conclusiones porque ya había, por coincidencia, elevado al Sr. Ministro algunas iguales y otras parecidas y que en cuanto a las restantes estaba a la disposición de sus compañeros, porque el sentimiento del arte y el amor al hermano en profesión era en él muy superior a cuanto pudiera ser en otro plano distinto de la vida”.

En la AEPE organizó además del Certamen de Arte Español en San Petersburgo.

A iniciativa suya se creó en 1920 el Salón de Otoño. A finales de ese año, la  Asociación de Pintores y Escultores le dedicó un homenaje que se llevó a cabo en el domicilio de la entidad, como reconocimiento a su preocupación y desvelo por los intereses generales de los artistas, y en el que le fue concedida la Medalla de Oro que modelara generosamente Mariano Benlliure. La Medalla, una joya más salida de las manos de Benlliure, llevaba la inscripción «A Juan Espina y Capo, organizador del primer Salón de Otoño, sus amigos y expositores.—1920.»

Acompañó a la Medalla un cuaderno de pergamino con una preciosa cubierta de Agustín, en la que figuran las firmas de los asistentes al homenaje, entre ellas las de Alcalá Galiano, Anasagastí, Alcoy, Adsuara, Alvarez de la Puebla, Agudo Ayllón, Arroyo, Argeles, Alberti, Aguiiar, Benedito, Benlliure (Juan Antonio), Francisco Blanco, Blanco Recio, Bellver, Bermejo, Beríuchi, Bea, Cuartero, Comba, Comas, Campos, Cruz (Miguel de la), Cruz Herrera, Castillo y Soriano, Costa, Castaños, Dominguez (Lucía), Domínguez (Manuel), Dal Ré, Estringana, Estany, Ferrer, Francés (Juan), Gómez Aíarcón, García Lesraes, Gutiérrez (Ernesto), Gallegos, Hermoso, Ibaseta, Inurria, Llasera, López (Agusün), Leiva, Meifren, Marín Baldo, Medina, Marinas, Mingo, Morelli, Navarro (Eduardo), Ortiz de Tudeia, Ortells, Ortiz de Urbina, Palacios (Antonio), Pedrero, Piñols, Poggio, Pulido (Ramón), Poy Dalmau, Perdigón, Peña (Maximino), Flá, Pérez Rubio, Pedraza, Ribera (José), Salazar, Torre Estefanía, Urquiola, Vincent (Julio), Villegas, Bricva, Vegué, Vargas (Pura) y Vargas Machuca.

Mariano Benlliure entrega la Medalla a Juan Espina y Capo en el homenaje que recibió  de la Asociación Española de Pintores y Escultores, de manos de su Presidente, Pedro Poggio

 

El Presidente de la Asociación, Pedro Poggio, dio las gracias a Benlliure por la desinteresada ejecución de la obra artística y dijo que en la corta existencia de la Asociación se han escrito dos páginas brillantes en su historia: la del Congreso artístico y la del primer Salón de Otoño.

Terminó diciendo que la tercera página, el homenaje a Espina, iba escrita con el corazón, siendo muy aplaudido.

La prensa del momento, en palabras de Blanco Coris, recogió el acto, añadiendo que “es digno de cariño el ilustre artista, que con su cabeza de apóstol, tras de una vida de lucha continua y de amarguras sin cuento, logra con su perseverancia sus iniciativas y su entusiasmo por las Bellas Artes llevar a la realidad lo que para muchos ha sido constante pesadilla y aspiración continua. El acto de anoche es un triunfo definitivo para todos los que comulgan en el santo amoral arte patrio, y el homenaje a Espina es una demostración elocuente de que aún no ha muerto el espíritu de fraternidad y el de gratitud hacia los que como él sacrifican todos los impulsos de sus facultades a la exaltación de la causa e intereses de las Bellas Artes españolas”.

Una imagen de la Medalla obra de Benlliure

 

Participó en cinco Salones de Otoño.

* Al I Salón de Otoño de 1920 se presentó inscrito como Juan Espina y Capo, natural de Torrejón de Velasco, Madrid; reside en Madrid, Calle de Toledo, número 55, y  concurrió con las obras:

238.- “Un encerradero de ganado en la Sierra”, óleo, 0,76 x 1,21

239.- “En las dehesas de Cercedilla”, óleo, 0,90 x 0,75

240.- “Puesta de sol”, óleo, 1,13 x 0,96

241.- “Tablero con doce apuntes”, óleo, 1,10 x 1,16

774.- “Quietud”, aguafuerte, 0,90 x 0,73

840.- “Aguafuerte” , 0,78 x 0,94

841.- “Aguafuerte” , 0,78 x 0,94

842.- “Aguafuerte” , 0,78 x 0,94

843.- “Aguafuerte” “Aguafuerte” , 0,78 x 0,94

844.- “Aguafuerte” , 0,78 x 0,94

* En el VII Salón de Otoño de 1927 figuró inscrito como Juan Espina y Capo, natural de Torrejón de Velasco, Madrid; reside en Madrid, Calle Alonso Cano, 13, y  presentó con las obras:

522.- “Molino serrano”, aguafuerte, 0,77 x 0,97

523.- “Riberas del Manzanares” ”, aguafuerte, 0,74 x 0,44

* Al VIII Salón de Otoño de 1928 presentó las obras

122.- “Sierra madrileña” (Guadarrama), óleo, 0,94 x 0,78

123.- “Ocaso” (Oriente), óleo, 0,81 x 0,60

124.- “Encerradero” (estudio), óleo, 0,42 x 0,30

326.- “Pinares (Navacerrada)”, grabado, 0,67 x 0,59

327.- “Pinares (Guadarrama)”, grabado, 0,67 x 0,59

328.- “Puesta de sol”, grabado en madera, 0,67 x 0,59

* En el IX Salón de Otoño de 1929 aparece ya como Socio de Honor de Salones anteriores, y presentó las obras:

58.- “Estudio (Guadarrama)”, óleo, 0,57 x 0,67

59.- “Estudio (Encerradero)”, óleo, 0,50 x 0,67

60.- “Apunte del natural”, óleo, 0,24 x 0,29

239.- “Bosque” (Grabado), aguafuerte, 0,65 x 0,52

240.- “Fresnos” (Grabado), aguafuerte, 0,40 x 0,44

241.- “Crepúsculo” (Grabado), aguafuerte, 0,29 x 0,37

* En el X Salón de Otoño de 1930 figuró inscrito como Juan Espina y Capo, natural de Torrejón de Velasco, Madrid; reside en Madrid, Calle Modesto Lafuente, 18, y  presentó la obra:

96.- “Camino de El Pardo”, (guache), 0,65 x 0,54

* En el XXII Salón de Otoño de 1948, y con motivo del centenario del nacimiento de Juan Espina y Capo, la Sala de Homenaje, en este caso la III, exhibió casi medio centenar de obras del artífice de los Salones: tres “Paisajes” propiedad del Círculo de Bellas Artes, “La perla de Cazorla”, “Orillas del Rhin”, “Marina (Vigo)”, “Carmen granadino”, “En el lago”, ocho acuarelas, veintiún grabados, “Retrato al óleo”, “Retrato a lápiz”, “El arroyo de Cantarranas”, “Paisaje de la Moncloa”, “Paisaje” y “Abanico”, todos ellos de colecciones particulares como la de Patricio Fernández, José María Lacruz, Sr. Clement Tribaldos, Hans O. Poppelreuther, Luciano Matos y Leopoldo Codina.

* El XXIV Salón de Otoño de 1950 dedicó una Sala a los Fundadores de la AEPE en la que se exhibieron las siguientes obras de Juan Espina y Capo:  “Paisaje madrileño”, “Nieve en la sierra” y “Marina, 1884”.

 

Distintas fotografías del artista aparecidas en la prensa de la época

 

Placa que le dedicó su pueblo natal, obra del también socio, el escultor Martínez Repullés

 

Distintos paisajes del artista y uno pintado en un país de abanico

 

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. El nacimiento del Salón de Otoño

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO.

 

El nacimiento del Salón de Otoño

de la

Asociación Española de Pintores y Escultores

Por Mª Dolores Barreda Pérez

 

Toda la historia del arte de España ha pasado por el Salón de Otoño

Cuando contaba con diez años de vida, la Asociación de Pintores y Escultores convoca, por iniciativa del artista Juan Espina y Capo, el Primer Salón de Otoño.

El nombre de Salón de Otoño es, en su origen, francés. Se llamaba así una de las Exposiciones más famosas que se celebraban en París: el Salón de Artistas franceses, el de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, el Salón de Otoño y el Salón de los Independientes.

El Salón de Otoño tenía en París un carácter de arte avanzado, de última palabra en estética. Durante mucho tiempo fue lo más audaz y lo más nuevo, lo más renovador y revolucionario. Después, este espíritu de juventud del Salón de Otoño fue superado por el Salón de los Independientes, que pasó a ser, desde entonces, el marco de las más atrevidas creaciones y de las más desconcertantes audacias.

Las Exposiciones de Independientes, lo mismo en su origen que después, no tuvieron otro significado que el de un bello gesto de protesta y desprecio contra los figurones que creían que todo consistía en premios, títulos y cargos.

El Salón de Otoño español, sólo en su nombre, recordaba al de París. Porque no tuvo, desde el primer momento, aquel espíritu de desenfado y de innovación que caracterizaba a su homónimo de Francia. Su espíritu, en general, ha sido más bien apacible y conservador. Sólo de modo excepcional ha aparecido en él lo revolucionario.

Juan Espina y Capo trabajó mucho en la organización de aquel Primer Salón español de Otoño, que se inauguró, en octubre de 1920, en el Palacio de Exposiciones del Retiro. La Exposición fue un éxito de concurrencia, ya que a la misma se presentaron 959 obras.

En la hoja inicial del Catálogo de aquel Primer Salón de Otoño se decía al público y a la Prensa: «Respetables jueces: la Asociación de Pintores y Escultores va a someter a vuestro excelente juicio un acto de carácter artístico lleno de ilusión y de confianza. Supone algo que no se parece a nada de lo acaecido en España en materia de Bellas Artes: El Arte todo regido por los mismos artistas. Los ideales de cada uno conciliados en uno sólo. El paso a las modernas y necesarias orientaciones. El respeto a la gloriosa tradición.»

 

El nacimiento del Salón de Otoño

La primera noticia que tenemos es la aparecida en la Gaceta de Bellas Artes del 15 de marzo de 1920, donde se anuncia el SALÓN OTOÑAL DE ARTISTAS INDEPENDIENTES.

Con el subtítulo de “Propósitos y fines”, se advierte de que Madrid “merece y necesita algo más de lo que viene verificándose en ella acerca de la difusión y bien de las Bellas Artes”…

Y es que en Madrid solo se celebraba una Exposición oficial de carácter bienal, careciendo de sitios y medios adecuados de “exhibición honrosa de obras de arte” del tipo que existían en otras grandes ciudades.

En una actividad oficial tan restringida, la Exposición Nacional de Bellas Artes era la única manifestación colectiva de alguna entidad y significación representativa de carácter artístico que existía en España.

Pero la Exposición Nacional de Bellas Artes, que había nacido en 1853, arrastraba tremendos problemas en torno a la elección de los jurados, a los procesos de admisión y colocación de obras y a la concesión de la Medalla de Honor y otros premios y recompensas oficiales, como las adquisiciones del Estado.

Después de haber sido uno de los pilares fundamentales de la cultura artística contemporánea y parte excepcional de las transformaciones artísticas españolas, en los años veinte estaban ya sumidos en la decadencia.

La tutela del estado y el control institucional que éste ejercía sobre las actividades artísticas, terminaron haciendo de esta cita una reunión malsana de competitividad en la que artistas de menos calidad lograban favores no merecidos, gracias a voluntades y amiguismos que emponzoñaron la inicial misión impulsora de las Exposiciones.

La Asociación Española de Pintores y Escultores, que venía colaborando en la realización y desarrollo de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, consciente de todos sus vicios, albergó durante años la idea de una exposición pura y aséptica en la que no hubiera más opinión ni críticas que la del público soberano.

Por eso, la AEPE proclamaba en esta presentación, el desinterés de las instituciones oficiales por el arte y los artistas, ante el cual, proponía una gran cita artística en la que se admitirían obras de pintura, escultura y grabado sin previo examen, siendo esta la base y solo teniendo en cuenta como limitación, la que impusiera el local, en relación a las obras presentadas.

La idea era huir de instalaciones tipo almacén y presentar el arte actual que se hacía en la España del momento. Presentar la obra por sí misma y que por sí misma se condenara o glorificara ante el público y la crítica.

Se buscaba huir del calvario que sufrían los artistas jóvenes, de la esclavitud que suponía toda autoridad, todo jurado y examen previo, para facilitar que todos los artistas fueran jueces independientes y desinteresados.

Esta era la síntesis de la idea que de proyecto, se convertía en realidad con la creación del Salón Otoñal de Artistas Independientes.

Una idea impulsada por Juan Espina y Capó, que la Junta directiva de la AEPE, de la que era secretario, y encabezada por su Presidente, Álvaro Alcalá Galiano, elevó al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en una instancia que reseñaba que …”en su continuo afán de que las Bellas Artes y los artistas españoles tengan medios fáciles de darse a conocer, abriga el propósito de que todas las manifestaciones artísticas  tengan su palenque de noble y natural lucha. En la época que estamos atravesando constituye esto la necesidad de ser conocidas, estimadas y juzgadas públicamente, sin que las preceda examen previo de ningún género para tener el honor de combatir… Es necesario, siguiendo el ejemplo de las demás naciones, hacer, independientemente del Estado, una manifestación anual en la que se proporcione al talento, a la juventud, a la novedad… medios que proclamen el mérito o el desengaño… De todo quedaría encargada la Asociación de Pintores y Escultores para lograr el fin que se propone… siendo notorios sus deseos de contribuir a toda iniciativa que sin gastos, a ser posible, por parte del Estado, tienda al prestigio y desarrollo de cualquier manifestación de cultura… Suplica disponer de local amplio, suficiente y digno para crear el Salón Otoñal de Artistas Independientes, y por no existir otro, se le otorgue el Palacio de Bellas Artes, sito en el Parque del Retiro, con su adjunto el de Cristal, para celebrar en él dicho Salón durante los meses de octubre y noviembre”…

La fecha escogida para la celebración del Salón Otoñal era la opuesta a la única cita artística con la que contaba la capital, que celebraba las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de manera bianual en la primavera y en el mismo lugar, el Palacio de Bellas Artes del Parque del Retiro, que hoy conocemos como el Palacio Velázquez, con su adjunto el de Cristal.

De forma oficial, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, a través de la Dirección General de Bellas Artes, ya venía solicitando a la AEPE, desde su fundación en 1910, su colaboración en la realización de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Como decíamos, la AEPE no estaba de acuerdo con algunos criterios fijados por esa Dirección General relativos a la selección de obras, al Jurado, los premios y sobre todo, al local donde se celebraba, lo que motivó que la Asociación de Pintores y Escultores se decidiera a la creación un Salón Independiente, lejos de los criterios institucionales que marcaban la participación en las Exposiciones Nacionales.

La principal queja de la AEPE se centraba en las urgentes y necesarias obras de reparación,  decorado y conservación del Palacio de Bellas Artes del Retiro, que año tras año sufrían un estado de abandono humillante para los artistas, al ser cedidas de forma continuada por concesiones que no reparaban los desperfectos tras el uso.

La AEPE logró que a fuerza de repetir las quejas, la Dirección General de Bellas Artes dictara una Real Orden en la que se disponía que el Pabellón de Pintura (Palacio de Velázquez) y el de Escultura (Palacio de Cristal), se destinaran únicamente a la realización de Congresos científicos, Asambleas de interés nacional Certámenes de orden artístico u otro acto de carácter académico, “entendiéndose que todos los gastos que con tal motivo se originen por arreglos interiores o exteriores en el edificio serán siempre de cuenta de la entidad u organismo que pretenda la concesión, quedando asimismo obligado el solicitante a reparar los desperfectos que se produzcan en las salas y a dejar éstas limpias y en el mismo estado de conservación que las reciba”.

En la Gaceta de Bellas Artes de abril de 1920 encontramos más datos, ya que se dice que la AEPE ha elegido el otoño para la Exposición de referencia, huyendo de la primavera, …“Sin recompensas, sin presiones, sin apasionamientos, sin envidias ni prejuicios, el próximo Salón Otoñal ha de ser, no el campo de batalla o de odiosas comparaciones, sino el santuario en el cual cada manifestación, cada destello tenga su propio altar, su merecido respeto y sus creyentes, todo en un ambiente de paz, de dulzura y compañerismo, que haga de ella en los años sucesivos el lugar consagrado a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad de los artistas y sus admiradores. ¿Responderán nuestros compañeros a esta idea de la Asociación de Pintores y Escultores, en la cual se respetan y admiten todas las maneras, todos los diferentes criterios del Arte?… No puede dudarse que contará con cuanto sea preciso para que la fundación de que se trata nazca de entre los esplendores y simpatías de todos, dejando un recuerdo imperecedero, una gloriosa fecha, a partir de la cual las Bellas Artes españolas cuenten con un nuevo medio anual de vida, de exhibición y de conquistar noblemente gloria y provecho”.

Junto al texto, se incluía la imagen visual del Primer Salón Otoñal de Artistas Independientes  que adoptó un sencillo dibujo que reproducía la fachada del Palacio de Velázquez, con el que también anunciaba la Exposición Nacional de Bellas Artes.

La primera imagen visual del Salón Otoñal de Artistas Independientes

 

Pero el Salón Otoñal de 1920 tuvo su propio cartel anunciador, obra del pintor, cartelista y socio de la AEPE, Agustín López, que lo firmó con un anagrama y representó el triunfo del arte universal con una imagen de la Victoria de Samotracia, como escultura mundialmente reconocida, tras la que se esbozan dos figuras femeninas y una enorme paleta de pintor con una estética muy del gusto de la época.

En La Tribuna del 20 de octubre de  1920 se leía: …»De Agustín es también el cartel de la Exposición de  Otoño. Conviene recordarlo ahora que acabamos de hablar de interpretaciones coloristas. El cartel es como tal cartel, aparatoso- y deslumbrante de colores».

Anagrama de la firma de Agustín López en el cartel anunciador del I Salón de Otoño

 

La Gaceta de Bellas Artes de abril de 1920 publicó entonces el reglamento por el que se regiría la convocatoria. El primer artículo decía que “la Asociación de Pintores y Escultores tratará por todos los medios posibles, que el Salón de Artistas Independientes se celebre todos los años durante los meses de Octubre y Noviembre”. 103 años después, así seguimos haciéndolo.

Desde el principio, se establecieron tres secciones: pintura, escultura y grabado, reservando una sala para “Apuntes de viaje”, en las que podían participar cualquier artista español o extranjero, incluyendo unas fechas de entrega de obras y de fotografías que aportaban los artistas, si es que estos querían que figuraran en el catálogo.

Era necesario además consignar el nombre y apellidos del autor, lugar de nacimiento, su domicilio y el precio de la obra, colocándose las mismas según criterio de la Comisión y cinco expositores designados por sorteo, que acomodarían las obras atendiendo a las limitaciones del local.

La entrada solo era gratuita para los expositores y asociados a la AEPE, a quienes se proporcionaba un carnet, además de para el público general solo los días festivos, siendo su precio habitual variante entre una y cinco pesetas.

En la Gaceta de Bellas Artes de junio de 1920 se publicaban los “Propósitos” del Salón, destacando que a pesar de ser una empresa difícil, la AEPE es “conocedora de que la convocatoria levantará críticas exacerbadas y será un efecto llamada para artistas aficionados ajenos a la vida profesional… Pero también es consciente de que algún día se logrará que el porvenir y la existencia de las Bellas Artes se vea regida por quien sobre todos y todo, tienen derecho a ello: por la pública opinión”.

El escrito declara que a la AEPE solo le guía el desinterés y el altruismo, sabiendo que esta hazaña conlleva censuras y críticas, despectivos gestos que ha sufrir pero también aplausos y agradecimiento de artistas jóvenes que entiendan los principios de libertad que el Salón proclama.

También se publicaba bajo el subtítulo de “Lo que se trata de estudiar y modificar”, que el Salón llevará al público las maneras, coloraciones y puntos de vista de cada artista y que son propias y distintivas de cada región, y que por ello se intentará agrupar a los mismos bajo ese criterio, teniendo especial cuidado en lo posible, de espaciar lo suficiente cada obra para que no se perjudiquen unas a otras.

En junio de 1920, aparecía el primer anuncio del Salón. Esquemático, simple, sencillo.

 

El primer anuncio del Salón de Otoño

 

La Gaceta de Bellas Artes de agosto de 1920 detallaba el programa exacto de la exposición, con las actividades que se realizaban cada día. Así, el día 14 se realizaba el barnizaje, amenizado con un sexteto de música. El barnizaje era el día final en el que con las obras ya colgadas, los artistas podían darles los últimos toques antes de la inauguración oficial. Era un día de nervios, de primeras críticas, impresiones y primeros comentarios de la prensa que se publicaban al día siguiente.

El día 15 de octubre sería la inauguración oficial con asistencia de SS.MM. los Reyes y el Gobierno; mientras que el resto de días, el Salón era amenizado por música clásica, piano, orquesta, conciertos y banda militar…

En la Gaceta de Bellas Artes de septiembre de 1920, se dice que “con el objeto de abreviar el epígrafe de la Exposición llamada Salón Otoñal de Artistas Independientes, la designaremos de aquí en adelante con el fácil y breve de Salón de Otoño”.

El llamamiento que se lanzaba también insistía en que los artistas, hoy igual que ayer, fueran puntuales a la hora de llevar sus trabajos, para que no los remitieran en el último momento como era habitual en las Nacionales, e incluía como curiosidad actual, la posibilidad de llamar por teléfono al número del Palacio, que era el 16-47.

Concluía el escrito consignando que “No seguiremos la costumbre de publicar largas listas de nombres como garantía del éxito, porque tratamos de dar un carácter al Salón amplio, general, libre, y toda indicación mixtificaría nuestro propósito. Íntegro, sin prejuicios, en apretado haz, los artistas españoles le inaugurarán, entregándole al juicio público, al de la prensa y a los altos poderes de toda clase, de quienes esperarán tranquilos el fallo”.

En la Gaceta del 15 de septiembre se publicaban las bases del Concurso musical del Salón de Otoño, que corría paralelo al del artístico, con el que los fundadores querían “dar la mayor amplitud e interés al primer Salón de Otoño… y estimando que la Música debe tener en este certamen tanta importancia como la Pintura, la Escultura y el Grabado”… por lo que se organizaron seis conciertos a cargo de la Orquesta Benedito, que se celebrarían en el Palacio de Cristal.

Al concurso podrían presentarse compositores y concertistas españoles, con el deseo de “proporcionar a los músicos, como hace con los demás artistas, campo abierto donde demostrar sus aptitudes, realzar sus méritos y en el que con las menos restricciones posibles puedan realizar sus aspiraciones y hallar posibilidades para su porvenir artístico”.

Se podían presentar partituras de obras para orquesta que durarían un máximo de veinte minutos, de asunto, motivo o tema y forma libre.

Además, los concertistas de piano, violín y violoncello podían participar para interpretar con acompañamiento de orquesta tras una audición en la que se seleccionaría a los mismos.

En la Gaceta de Bellas Artes del 15 octubre de 1920, se comunica que ya se han colgado las obras presentadas. Un trabajo ímprobo si pensamos que se presentaron 959 obras y que el Palacio de Exposiciones (de Velázquez), es reducido y estaba mal acondicionado. El propósito inicial se había cumplido: ni una sola firma fue desechada, ni una sola obra presentada fue excluida.

La autocrítica llegaba asegurando que fruto de la experiencia, en próximas ediciones se solicitaría a los autores no llevar tanta obra para posibilitar su exhibición más decorosa.

Cerraba el artículo la contundente frase: “Ahora, el público tiene la palabra”, relacionando después los nombres de los expositores y dos salas especiales, la del Círculo de Bellas Artes y la Sala denominada “Recuerdos”, que logró reunir obras de Gustavo Adolfo Bécquer, Domingo Marqués, Sebastián Gessa, Eugenio Lucas, Raimundo Madrazo, Eduardo Rosales, Casimiro Sáinz, Modesto Urgell y Diego Velázquez.

En la Gaceta de Bellas Artes de noviembre de 1920, reflexionaba Juan Espina y Capo sobre cómo era el Salón de Otoño que se estaba celebrando aún:

…“El salón ha puesto de relieve que es posible hacer exposiciones sin la concurrencia de los autores más consagrados, porque con su ausencia desaparece la rutinaria costumbre de establecer las siempre odiosas comparaciones, resultando consagrados algunos que no lo hubieran sido fácilmente cometiendo gran injusticia al negarles la consagración. También ha puesto de relieve que existe un número no pequeño de artistas que ha acudido al llamamiento del salón dando pruebas inequívocas de pasión, de amor extraordinario a la gloria propia y a nuestra patria.

Admirable, porque pagándose los portes, exponiéndose a la pérdida o deterioro de las obras, sin opción a premios en metálico ni compras oficiales, sin esperanza en el apoyo de los poderosos; seguros además de ser atacados despiadadamente por plumas desconocidas y olvidadas.

Que en una palabra, han acudido sin ninguno de aquellos alicientes que excitan el egoísmo, la inmodestia y la adulación; sin ninguno de aquellos móviles que bien manejados elevaron a algunos de los hoy consagrados ausentes.

Que han acudido, repito una y mil veces, al Salón de Otoño, contribuyendo con su ejemplo, con el cerebro lleno de ideales, con vocación de mártir, a que el Salón sea en el porvenir lo que se pretende que sea: el palenque sincero de combate noble, recio, sin tregua ni cuartel; combate que teniendo por buenas únicamente las armas del ideal, y por amor y dama la belleza, otorgue o niegue el triunfo sin ambages ni miserias; abra la puerta del recinto a cuantas manifestaciones es capaz el humano ingenio de dar forma, a cuanto quiera contribuir a la ilustración y la enseñanza de los analfabetos del Arte”….

En la Gaceta del 15 de noviembre continúa su reflexión Espina y Capo preguntándose …”¿Qué sucederá ahora si, como es de desear, perdura el Salón de Otoño, como es propósito resuelto de la Asociación? … Sucederá que se normalizará y pasado el tiempo, con la gloria y prestigio público y libre, llegando a ser la consagración artística una verdad, por cualquier lado que se la mire… el artista llegará a la consagración por los laureles obtenidos en el Salón de Otoño, por la emulación del veterano, pro una porción de causas y concausas que atarán su opinión y sus resoluciones a principios de una justicia que respira y vive en el ambiente de la voz pública, conjunta de opiniones, controversias y, sobre todo, buena fe, porque nada la va ni la viene en el asunto, y después de todo, cuanto de humano existe, desea, sea comoquiera, verse elevado, aplaudido y patrocinado, porque lo que todos suponemos juntos, todos lo deseamos en particular”…

La Gaceta de Bellas Artes de diciembre de 1920 informaba de que el Rey había visitado la exposición, que le causó honda “satisfacción de esta primera manifestación de los artistas, hecha tan espontáneamente y con tanta fortuna, en materia que constituía una verdadera honra fuera de España… y cuya gloria se repartiría entre todos los españoles”.

También visitaron la exposición miembros del gobierno, el Ministro del ramo y el Director General de Bellas Artes, que mostraron su “extrañeza de ver que algo tan difícil se haya logrado”, felicitando a la comisión organizadora y a la AEPE, para la que tuvo frases de encomio y admiración que se verificaron al comprar, a título personal, distintas obras expuestas.

En la del 15 de diciembre de 1920, como Secretario General de la AEPE, Juan Espina y Capo presentaba la Memoria anual diciendo …“Los poderes públicos son completamente refractarios a las Bellas Artes. Los recursos del Estado y las iniciativas oficiales son insuficientes para atender a esta manifestación de la cultura y lo que es peor y más doloroso, que los propios artistas conspiran y mantienen la doctrina de que la pintura y la escultura no merecen una consideración pública, haciendo que veamos esta lucha que mantenemos como algo inútil, pese a que continuemos denunciando que estamos desatendidos frente a incomprensibles manifestaciones artísticas de cifras astronómicas y desorbitadas que en nada ayudan a la difusión del arte… La vida de la AEPE está constituida por una existencia artificial; respira milagrosamente gracias a la inyección en sus venas del tremendo trabajo de su Junta Directiva, de su Secretaría General, a quien no se compensa su labor altruista, de buena fe y entusiasmo… Si lo extraordinario es posible algunas veces, lo que no lo es, es vivir continuamente del favor y de la misericordia, es preciso que nos busquen, hay que abandonar la idea de buscar a los demás. La Asociación debe velar porque el Arte y su dignidad se salven por su propio valor”…

Específicamente, se refería Espina y Capo a que el Salón debería ser “fuente segura de ingresos, modestos, pero seguros, reformándose el reglamento con arreglo a la experiencia adquirida… establecer una inscripción más baja a los socios… y el 10 por ciento de la venta de obras, no cabe dudar del éxito del Salón, máxime si se tienen en cuenta los ingresos auxiliares, como la bastonera y venta de catálogos, sin necesidad de fundar la esperanza en subvenciones o donativos”…

Y también añadía que …”suprimiendo todo lo que no sea pura y simplemente el Salón de Otoño, se puede, sin riesgo, pensar en la realización del próximo y siguientes, en la seguridad, como auguro en esta Memoria, de que ha de ser una fundación importantísima para gloria de los artistas e incremento de la fuerza moral y económica de la Asociación… En la Exposición Nacional de Bellas Artes no se ha vendido ni una sola obra; y en nuestro Salón, se ha dado lo que podemos llamar la voz de alarma en este sentido, porque sin buscarlo, sin solicitarlo, sin ninguno de aquellos medios que existen para vender con más o menos gallardía lo que es tan grande y hermoso como al producción artística, hemos llegado, aunque modestamente, a dar esa voz a que me refiero, logrando interesar por primera vez al público, que se ha servido adquirir… 23 obras

El éxito del primer Salón de Otoño hizo que a instancias de los artistas y de la Junta Directiva de la AEPE, se le rindiera un sentido homenaje a su creador, Juan Espina y Capo, a quien se le entregó una Medalla de Oro, modelada y generosamente donada por Mariano Benlliure, que los amigos y expositores dedicaron al Secretario General como tributo de gran afecto y fraternal compañerismo.

Acompañó a la exquisita Medalla de Benlliure un cuaderno de pergamino con una preciosa cubierta de Agustín, en la que figuraban las firmas de los asistentes al homenaje.

Espina y Capo agradeció las muestras de cariño y leyó allí mismo la autorización solicitada al gobierno para celebrar el segundo Salón de Otoño en 1921 y la concesión de una modesta subvención y el decidido apoyo recabado para la construcción en Madrid de un Palacio de Bellas Artes y Exposiciones.

La Medalla a Juan Espina modelada generosamente por Mariano Benlliure

 

En la Gaceta de enero de 1921 decía Mariano Benlliure: …”El Salón de Otoño, inaugurado este año, ha sido una de las notas más salientes y acertadas del año artístico nacional, y aunque solo se ha hecho a guisa de ensayo, ha sido un éxito y una  promesa de superación”.

 

 

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. Somos los grandes olvidados

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO.

Somos los grandes olvidados

Mª Dolores Barreda Pérez

SECRETARIA GENERAL DE LA AEPE

«SECRETARIA PERPETUA» DE LA AEPE

 

113 años de vida societaria, al servicio del arte de España bajo al dirección de los grandes maestros de la pintura española

 

 

«El Salón de Otoño representa el esfuerzo realizado por la AEPE

sin auxilio oficial alguno y dando la mayor amplitud a su pensamiento,

aquí donde todo se fía a la iniciativa y ejecución del estado».

Pedro Poggio, 1920

Reclamamos justicia, exigimos el reconocimiento que merecemos los que trabajamos sin percibir ninguna retribución y lo hacemos además, con la satisfacción del deber cumplido.

Pasan los años y nunca alcanzamos la pequeña parte de esa justicia distributiva que las administraciones proclaman.

No será por falta de entusiasmo, honradez y esfuerzos puestos a devoción de la causa del Arte por un elevado número de artistas, que desde hace 113 años vienen haciendo una labor verdaderamente heroica, sin protección, sin recursos y sin elementos de aquellos que mantienen la vida de otras entidades; no será tampoco por la ayuda que nos han prestado los críticos y escritores de arte.

Arrastrando una existencia precaria, aposentados en modesto albergue, reducidos a un número de socios, sufriendo las continuas críticas de quienes no logran sus miras políticas e interesadas, de quienes una vez conseguidas, nos abandonan, la Asociación Española de Pintores y Escultores vive, sobrevive y da señales evidentes de sus virtudes al celebrar el 90 Salón de Otoño y el 59 Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura, manifestaciones nobles de arte que suponen un nuevo aldabonazo que damos a la atención pública y a las puertas oficiales del Estado.

Casi todas las corporaciones artísticas similares a la nuestra han logrado de los poderes gubernamentales tener refugio gratuito donde convivir, donde celebrar sus fiestas y desarrollar sus actividades y fines en pro de las Bellas Artes.

La Asociación Española de Pintores y Escultores, con méritos más que suficientes labrados a fuerza de trabajo desinteresado a lo largo de 113 años de historia, tiene que solicitar anualmente la concesión de ayudas y subvenciones como apoyo a su incansable actividad, y no logra obtenerlas porque no encaja en ningún grupo de los establecidos oficialmente para poder obtenerlas.

Si las ayudas son para la creación, se contemplan a nivel individual, no asociativo; ayudas a la creación en las que no entran las entidades sin ánimo de lucro; si la ayuda es para las entidades sin ánimo de lucro, no entramos porque es para proyectos expositivos que exigen curadores y un amplio sistema de gestión de personal al que no podemos hacer frente desde la AEPE; si es para un proyecto en concreto, como el Salón de Otoño o el Premio Reina Sofía, tampoco entramos porque debe ser que este tipo de arte no consigue los puntos suficientes para la baremación; si la subvención es para la edición de libros, no podemos editarlo porque debe tener una amplia tirada que nos exige una inversión de al menos el 60% del importe total; si es para la publicación de libros, tampoco entramos porque no somos una editorial; si la ayuda es para la gestión de archivos documentales, imposible, porque nos obligan a contratar a personal especializado con categorías y sueldos imposibles de asumir…

Y así estamos…

Nadie parece entender que nuestra ventaja es la dirección, organización y realización de exposiciones encomendadas a la buena voluntad y desinterés de una Junta Directiva celosa en la administración de sus recursos.

Por eso nuestras actividades ofrecen un carácter singular que las diferencia de las oficiales y particulares: y es que en ellas no hay esa lucha sórdida de intereses creados y de compadrazgos más o menos encubiertos.

En los Salones de Otoño, en el Premio Reina Sofía, en el resto de certámenes y salones de la institución no hay privilegios, no hay cortapisas; es un palenque al que pueden asistir los que al Arte se dedican, sin el temor de que sus obras sufran una disección cruel de los partidistas de las diversas escuelas clásicas y modernas.

Al lado de las producciones de los maestros y de los conspicuos figuran las de los humildes y noveles. En ellas no actúan Jurados sujetos a presiones del corazón, de la gratitud y del cupo de género. A los jueces sólo se les ofrecen las obras con los números de inscripción, jamás con el nombre de los autores, de forma que la obra se salva o se condena por sí misma, desprovista de todo antecedente histórico de su género, de sus méritos, títulos, cruces, medallas, premios o padrinos. Al lado del académico o del genio consagrado aparece el principiante o el demoledor futurista de todo lo existente.

Quienes reniegan de los jurados de la AEPE no entienden realmente de arte. No se puede seleccionar obras por género, y menos aún premiarlas o exigir una paridad en los galardones. No se puede exigir, en premios en los que nada tiene que ver el Estado ni sus organismos, una paridad de género, puesto que en los Jurados alimentados con la teta del estado, todos cobran sus honorarios, largos y agradecidos, mientras que los jurados de la AEPE se realizan con auténticos artistas, socios y amigos de la entidad, que prestan su apoyo a la misma de forma desinteresada.

Nada mejor que un artista para decidir sobre otro artista. No asociaciones artísticas repletas de juristas y otros oficios que, aunque relacionados con el arte, no lo son. Nada de cupos obligados y calzados a presión por una falsa legitimidad determinada por el género en lugar de los méritos. Nada de infantiles reproches que aludan a la dignidad de una sociedad paritaria en la que nada cuenta el prestigio y la maestría. No.

La lucha que llevamos a cabo a través de nuestra independencia política, que viene dada precisamente por no recibir ningún tipo de subvención oficial, es precisamente la que nos permite llevar a cabo la actividad de la entidad de forma honrada y noble, puesto que así trabajamos por el arte desde hace ya 113 años, lejos de causas interesadas y defendiendo la libre concurrencia de los artistas para que tengan cabida en nuestros certámenes todas las tendencias y categorías, y encuentren una oportunidad de exhibir sus obras sin apenas restricciones, más que las dictadas por las dimensiones de salas de exposiciones, y bajo el Jurado seleccionador y calificador formado por artistas iguales.

Justicia reclamo para nosotros.

Porque somos los grandes olvidados.

Hemos cumplido 113 años de historia. Hemos sido imprescindibles en la vida artística y cultural de España por muchos, muchísimos años. Hemos abanderado la creación y exhibición artística española a lo largo de décadas gloriosas de pintura y escultura nacional e internacional. Hemos realizado más de 9.000 actos culturales que abarcan desde exposiciones hasta conferencias y todo tipo de actividades artísticas. Hemos sido referencia obligada en la realización de muestras y exhibiciones. Hemos sido pioneros en la edición de una revista artística con 113 años de historia como es la Gaceta de Bellas Artes.

Hemos brindado nuestros socios a otras instituciones en las que han ejercido cargos de suma importancia, como Directores del Museo del Prado, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, del Círculo de Bellas Artes, del Ateneo, de la Academia de España en Roma, del Museo de Arte Moderno, hoy Museo Reina Sofía, de la facultad de Bellas Artes…

Con todas ellas nos hemos relacionado. Todas han colaborado con la Asociación Española de Pintores y Escultores, han bebido de nosotros, han forjado su historia con la nuestra… y todas, se han olvidado de nosotros deliberada e intencionadamente.

Desde 1951, en que la AEPE ya solicitó por primera vez a la Real Academia de Bellas Artes de Fernando la concesión de la Medalla de Oro para nuestra entidad y para el Salón de Otoño, petición repetida en los últimos años, hasta más de una década en la que venimos solicitando a esas instituciones un reconocimiento para nuestra entidad, pasando por la petición al Ministerio de Cultura para que nos conceda la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, puesto que el Salón de Otoño es el certamen más antiguo y prestigioso de los que se convocan en España y el Premio Reina Sofía es además el único no oficial que mantiene esta denominación, hasta las reiteradas peticiones que anualmente realizamos a la Comunidad de Madrid, para que nos conceda la Medalla de Oro, o al Ayuntamiento de Madrid, para lograr la Medalla de Honor… todo es inútil. Nuestro “rodaje” no interesa.

Incansables, seguiremos pidiendo lo que en justicia nos corresponde. Nosotros, que no costamos al erario público un solo euro, que pagamos religiosamente nuestros impuestos, que funcionamos y gestionamos por amor al arte, que representamos en verdad a los artistas de España.

Y lo reclamo porque el resto de entidades viven de esos fondos oficiales, perdiendo así su independencia.

Justicia para nosotros y para los pintores y escultores.

Justicia para el arte y los artistas.

Justicia reclamo sin ninguna esperanza, en estos tiempos en los que la justicia se ha convertido en una utopía.

Llevamos 113 haciendo arte

113 años de pasión por el arte

113 años haciendo cultura en España

 

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO. 90 Salones después

ESPECIAL SALÓN DE OTOÑO.

90 Salones después

José Gabriel Astudillo López

Presidente de la Asociación Española de Pintores y Escultores

 

Desde principios del siglo XX, los pintores y escultores de España comenzaron a darse cuenta de que debían defender el arte y proteger sus intereses, tanto en lo relativo a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, único gran evento alrededor del cual se movía el arte de la época, como en cuanto a sus relaciones con el Estado, que creían debía promover y fomentar la vida artística y cultural de España.

Tras algún que otro intento fallido, Eduardo Chicharro y más de 180 artistas del momento, reconocidos como auténticas figuras y maestros en la actualidad, lograron fundar la Asociación de Pintores y Escultores, que el pasado mes de abril cumplió ya 113 años.

Los comienzos siempre son difícil, pero la naciente entidad superó todo tipo de trabas y encaminó sus pasos en la defensa del arte y los artistas y se centró en abordar el gran problema que sufría el arte español: la falta de exhibiciones a la manera en que se estaba haciendo en el resto de capitales europeas.

La Asociación Española de Pintores y Escultores, que venía colaborando en la realización y desarrollo de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, la única manifestación colectiva de alguna entidad y significación representativa de carácter artístico que existía en España, consciente de todos sus vicios, albergó durante años la idea de una exposición pura y aséptica en la que no hubiera más opinión ni críticas que la del público soberano.

El firme propósito del Secretario de la AEPE de la época, Juan Espina y Capo, fue determinante para la creación en 1920 del Salón Otoñal de Artistas Independientes que en seguida se conocería como Salón de Otoño.

Una muestra nacida con la idea de ser una gran cita artística en la que se admitirían obras de pintura, escultura y grabado sin previo examen, siendo ésta la base y solo teniendo en cuenta como limitación, la que impusiera el local, en relación a las obras presentadas.

Frente al desinterés de las instituciones oficiales por el arte y los artistas, frente a la oposición de los propios artistas, algunos no creían en esta independencia ni libertad, frente al problema que suponía que Madrid no contara con un espacio digno de exposición, más que el Palacio de Bellas Artes del Retiro, en un estado de abandono humillante para los artistas. Frente a todo ello y mucho más, la AEPE luchó por la creación de un salón independiente, lejos de los criterios institucionales que marcaban la participación en las Exposiciones Nacionales y de los vicios que éstas arrastraban.

Presentar la obra por sí misma y que por sí misma se condenara o glorificara ante el público y la crítica.

Y hacerlo en unas fechas opuestas a la única cita artística con la que contaba la capital, que celebraba las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de manera bianual en la primavera y en el mismo lugar, el Palacio de Bellas Artes del Parque del Retiro, que hoy conocemos como el Palacio Velázquez, con su adjunto el de Cristal.

Así fue como nació el primer Salón de Otoño, una experiencia en la que no había premios en metálico ni compras oficiales; no había esperanza en el apoyo de los poderosos, ni recomendaciones, ni dádivas, ni favores o regalos que pagar; sin alicientes egoístas ni expectativas aduladoras; sin presiones, sin apasionamientos, sin envidias ni prejuicios; sin otro propósito más que el de presentar al público, a la crítica (que por aquel entonces sí ejercía y en abundancia), una obra de arte.

Se trataba de reunir en un ambiente de compañerismo e igualdad, todas las maneras y todos los diferentes criterios del arte. Una acción noble que se logró y que llega hasta el día de hoy, en que celebramos su edición número 90.

113 años después, el Salón de Otoño es el certamen artístico más antiguo y prestigioso de los que se celebran en España.

90 ediciones después, seguimos pidiendo para el Salón de Otoño la Medalla al Mérito de las Bellas Artes, en intentos silenciados para los que no recibimos ni una normalizada contestación del Ministerio de Cultura, ese que tanto nos debe a través de la Dirección General de Bellas Artes que tan ligada estuvo siempre con nuestra entidad.

113 años después, la Asociación Española de Pintores y Escultores respira milagrosamente gracias a la inyección en sus venas del tremendo trabajo de su Junta Directiva, del impagable esfuerzo de su Secretaria General y Secretaria Perpetua, Mª Dolores Barreda Pérez, a quien jamás podremos recompensar su labor altruista y entusiasmo.

113 años después sobrevivimos gracias a la ilusión de los socios, porque no contamos con ayudas del erario público ni vivimos merced a subvenciones oficiales. Y pese a ello, somos capaces de lograr milagros como este 90 Salón de Otoño, cuya calidad avala y reafirma, más que nunca, su necesaria existencia.

Y es precisamente esta ausencia de intervención de los poderes públicos, a los que no estamos sujetos por ningún tipo de vínculo económico, la que avala nuestra independencia y libertad de criterio, nuestras acciones y decisiones, nuestro prestigio.

La Asociación Española de Pintores y Escultores vela porque el Arte y su dignidad se salven por su propio valor.

113 años después, los poderes públicos siguen siendo completamente refractarios a las Bellas Artes. Los recursos del Estado y las iniciativas oficiales son insuficientes para atender a estas manifestaciones de la cultura, y lo que es peor y más doloroso es que los poderes públicos mantienen la doctrina de que la pintura y la escultura no merecen una consideración pública especial e igual frente a otras artes como el cine o el teatro, haciendo que veamos esta lucha que mantenemos como algo inútil.

Evocando pasadas ediciones, la presente, en la que conmemoramos el 90 nacimiento del Salón de Otoño, quiere rendir un pequeño pero emotivo homenaje a Santiago de Santiago, que fuera Vicepresidente de la AEPE y Premio Princesa Sofía de 1971.

Fallecido esta primavera, el escultor llevaba más de 50 años otorgando un premio con su nombre en el Salón de Otoño. Un mecenazgo ejercido durante más de medio siglo, que sólo puede ser expresión de su generosidad personal orientada al apoyo de la cultura, del arte y específicamente, de la escultura.

Por eso, Santiago de Santiago merece este reconocimiento de la Asociación Española de Pintores y Escultores, en la que estuvo muy implicado, pero también merece el reconocimiento de los artistas y de la sociedad en general, porque su labor y trabajo artístico y de mecenazgo, sobreviven bajo el amparo de lo que significa el arte, por encima de su rentabilidad y rédito mediático y social.

Homenaje y reconocimiento también a los cerca de 40.000 artistas que han participado en las 90 ediciones del Salón de Otoño. Gracias a ellos el certamen artístico más antiguo y prestigioso de España existe; ellos son los que justifican su existencia y reafirman su imprescindible necesidad hoy más que nunca; ellos son los auténticos protagonistas de este acontecimiento, los depositarios de un legado tan importante y los defensores de un futuro ineludible con los que la Asociación Española de Pintores y Escultores continuará escribiendo la historia del arte de España por muchísimos años más.

Aquí estamos 113 años después, 90 Salones de Otoño después, presentando al público y a la prensa, una nueva edición del único reducto artístico independiente de toda España.

Es posible gracias a los socios, a los artistas participantes, seleccionados o no, al jurado de esta y otras ediciones, un auténtico lujo del que bien podemos presumir por su amor y apoyo a nuestra entidad, a instituciones como la Comunidad de Madrid, como el Ayuntamiento de Madrid, a través de la Junta Municipal de Retiro, a la dirección de la Casa de Vacas, cuya reputación viene forjando tan acertadamente su directora, a los amantes del arte que cada año nos animan a continuar con este tremendo esfuerzo y a cuantos asisten al milagro del arte que desde la AEPE sostenemos.

A todos, muchas gracias.

Llevamos 113 haciendo arte

113 años de pasión por el arte

113 años haciendo cultura en España

El falso puritanismo en la sociedad y en el arte

 

Mª Dolores Barreda Pérez

Secretaria General

Secretaria Perpetua de la AEPE

 

Buscaba motivos para inspirarme en el cartel anunciador de la exposición “Desnudos”, tema elegido por la Junta Directiva para realizar una muestra de la Asociación Española de Pintores y Escultores para el próximo año 2024.

Pensé que el desnudo más universal de la pintura española, entre otros muchísimos, por supuesto, era la Maja desnuda de Goya, y así la busqué en internet, en imágenes.

Imposible, no aparecía ni una sola imagen del famoso cuadro. Todas las fotografías mostraban a la Maja vestida.

No me lo podía creer, entre los aproximadamente 254.000 resultados obtenidos, no se encontraba imagen alguna del famoso cuadro.

Eso sí, encontré a Penélope Cruz a lo Maja vestida, a Rosalía, de igual pose, y fotogramas de series españolas que recrean la escena… pero vestidas, claro.

Otra búsqueda. En seguida pensé en el cuadro de Sorolla titulado “Desnudo de mujer”, una maravilla inspirada en la Venus del espejo de Velázquez, en la que la esposa del pintor aparece en la cama sobre un impactante edredón de raso color rosa.

Nada. No aparecía la imagen del cuadro. No lo podía entender.

Probé nuevamente con la Venus del espejo de Velázquez. Ni una imagen oiga. La cosa se ponía ya entretenida.

Entonces quise abarcar el tema completo y busqué “famosos desnudos en la pintura”, y de entre todas las imágenes que aparecieron, sólo dos contenían desnudos realistas: El nacimiento de Venus, de Botticelli, considerada una de las diez pinturas más famosas del mundo, y La Creación de Adán, de Miguel Ángel, el famoso fresco de la Capilla Sixtina.

Junto a ellos, aparecía el famoso desnudo moderno abstracto de Matisse, monocromo, un Autorretrato con perro de Lucian Freud, en el que el artista aparece con unos pantalones, y una pintura tildada de “pornográfica” de Egon Schiele. Y ninguna más.

Nada de la Olympia o el Desayuno sobre la hierba de Manet, de la Venus de Urbino de Tiziano, ni Las tres Gracias de Rubens, por poner solo unos ejemplos.

Y ya entonces ni hablamos de las Venus prehistóricas, de las representaciones egipcias, nada de los suaves desnudos de Praxíteles o la famosa Afrodita (Venus de Cnido), de las pinturas de los lupanares de las casas de Roma o Pompeya, de las Evas de los códices medievales, o la Vanidad de Memling, los desnudos de El Bosco, de Fragonard, Bouguerau, Coubert, de Ingres, Delacroix, Degas, Renoir, Toulouse-Lautrec, del erotismo de las odaliscas de Fortuny, Pinazo, Rosales, ya lo hemos dicho de Sorolla y tampoco, y para qué decir nada de Gauguin, Klimt, Tamara de Lempicka, Otto Dix, Magritte, Dalí, Picasso, Miró…

¿Por qué entonces no aparecen fotografías de sus desnudos? Porque un desnudo artístico, en un lienzo o en una escultura, es una interpretación de la belleza en la que podemos recrearnos y es un puro gozo para la sensibilidad de quien lo aprecia.

Busqué entonces en el Museo del Prado, donde se pueden ver a gran resolución las obras maestras que atesora la pinacoteca. Y allí sí que la encontré. La imagen del famoso cuadro por fin aparecía ante mis ojos.

Sin embargo, al igual que en otras obras se puede ampliar con el zoom para observar los detalles, en la Maja desnuda no hay más que un único aumento, mientras que en otras, el zoom nos muestra detalles exquisitos.

 

La maja desnuda, de Francisco de Goya

 

Esto me hace preguntarme a qué viene este puritanismo artístico en la sociedad en la que vivimos, plagada de mensajes y de imágenes explícitas de desnudos, sexo y violencia.

Enciendo la televisión, en esas escasas veces que la veo por analizar las informaciones que nos depara, y me impactan una serie de imágenes explícitas y escatológicas que hieren cualquier sensibilidad, aunque aún no he oído a nadie quejarse de ello.

Entonces recuerdo el asunto de 2017 de The Met Museum, cuando una recogida de firmas solicitó al Metropolitan de Nueva York la retirada del cuadro Thérese Dreaming de Balthus, donde se ve a una adolescente sentada en una silla que deja al descubierto sus bragas. Me acuerdo en este preciso momento de un anuncio en el que nos enseñan la absorción de unas compresas, en las que un líquido rojo hace las veces de menses, en una imagen escatológica que daña más que las bragas blancas de una adolescente.

En aquel momento se dijo que algunos espectadores encontraban ofensiva esta visión. ¿En serio? ¿Ofensivo ver unas bragas? Qué pensarían entonces de este anuncio de compresas… no me lo quiero ni imaginar.

Pero claro, es que no debe ser lo mismo. Vivimos en una época en la que impera lo políticamente correcto, y debe ser que tenemos que normalizar ver menses en lugar de bragas. Feminismo contra realismo de pretendido “mensaje subliminal”.

En 2021 el Museo del Prado inauguró la exposición Pasiones mitológicas, plagada de cuerpos femeninos desnudos, cuadros sublimes que representaban el ideal y la perfección que el cuerpo femenino ha supuesto para los creadores, y en esta ocasión se repitió el incomprensible pero cierto intento de censura de obras de Tiziano, Rubens o Velázquez, justificado en el valor político y moral del arte como beneficioso para la sociedad.

Ataques con los que se busca imponer un ideario obligatorio para la sociedad en el que no caben imágenes estéticas y artísticas de ningún tipo, y menos aún si éstas son del pasado.

En cambio, no hay problema alguno en difundir imágenes de una Drag Queen en las que se blasfema contra la Santísima Virgen y contra Cristo crucificado. Al contrario, se tienen como ejemplo de revolución artística y como una faceta más del arte actual que es transgresora, tiene carácter perturbador o sirve de denuncia.

Eso sí es políticamente correcto. Pero nadie piensa entonces en cómo esas imágenes atentan contra la libertad religiosa de una parte de la sociedad española, del mundo, y la falta de respeto que suponen para sus practicantes, mientras nos llevamos las manos a la cabeza y nos parece impensable hacer lo mismo con otro tipo de cultos por los que ya en Francia, murieron multitud de personas en un ataque sin precedentes a la revista Charlie Hebdo.

La sombra de lo políticamente correcto, que es lo que en la actualidad vivimos incluso en el mundo del arte, se impone en detrimento de la calidad de lo que se nos muestra, siendo el resultado un arte que evade, pero no ofende. O eso creen quienes así lo defienden.

Censurar Las tres gracias, El rapto de Europa o Dánae recibiendo la lluvia de oro resulta para mi aberrante, y que en redes sociales se censuren sus imágenes por “contenidos explícitos”, que se les ponga una estrella o una tira negra a los pechos de las mujeres, a su pubis, me resulta inconcebible, pero es el resultado de la sociedad que estamos haciendo, una sociedad repleta de grandes eufemismos donde triunfa el “buenismo” que alguien se encarga de determinar que es el correcto y adecuado para la época que vivimos.

Eso nos empobrece. Los regeneracionistas de principios del siglo XX tienen en común con los idearios políticamente correctos actuales, que ninguno quiere echar la vista al pasado para glorificar lo vivido. Lo anterior no vale, no sirve de ejemplo, no es moralizante ni bien visto por el buenismo imperante.

El pasado nos hace grandes, nos ha hecho grandes siempre. España sigue viviendo de la grandeza de Velázquez, y en eso parece que no hay reparos. De momento… Pero no está dispuesta a claudicar con el resto de artistas. No, sólo vale lo actual como fuente de conocimientos imprescindible que aportan a la sociedad una imagen falsa de belleza basada en selfies y el postureo, que nada tienen que ver con el arte con mayúsculas.

Hay que educar en valores. Hay que educar en arte. No es lo que el artista hace, sino la mirada de quien lo ve de forma perturbada y retorcida, haciendo de ese arte algo incómodo y ofensivo.

La Inquisición ha vuelto a nuestras vidas. Quizás no lo creamos, pero por mucho menos se quemaba en las hogueras que tanto critica la revisión histórica que se está forjando. No lo vemos, pero existe esa medida inquisitorial a todos los niveles de la vida, dictada por no sabemos quién, para que solo veamos el todo que quieren que veamos y no más allá.

 

Desnudo, Joaquín Sorolla

 

No soy mucho de pensar en teorías conspiratorias, pero en el arte, en la vida actual, todo lo que está pasando, va mucho más allá de lo imaginable.

Hay una panda de Braghettones que nos están condicionando la forma de ver las cosas, la forma de apreciar el arte, dictaminando cómo debe ser todo, lo que debe ser el arte, en una línea que no pienso cruzar porque entra directamente en el campo de la censura, y como periodista que soy, me hiere profundamente esa práctica que parecía haber quedado en ese pasado que nadie quiere revisar y al que, necesariamente, debemos echar mano cada vez con más frecuencia.

Cuando una institución como la Unesco, censura los desnudos de esculturas con tangas y braguitas de Stéphane Simon, para no ofender, pero se permite que en horario infantil se puedan ver películas con contenido sexual, con escenas sexuales que pueden herir más que el cuerpo desnudo de unas esculturas, es que algo gordo está pasando en el mundo del arte.

Cuando se critica tanto que una cantante pueda desnudar su busto en un concierto, en aras de la libertad, y convertirse en noticia global que sale en telediarios y programas de opinión y tertulia en horarios de todo tipo, pero se censuran los pechos de Las tres gracias y se tapan con un rectángulo negro, es que algo se está haciendo mal. Muy, muy mal. A no ser que el hecho censurable no cuadre con el ideal de belleza actual… que denuncio como afectada directa por semejanza a las mujeres de Rubens, aunque eso ya sea otra historia y entraríamos en otro jardín…

A esos modernos Braghettones que quieren censurar el arte les gusta además censurar libros, ideas, pensamientos, acciones, hechos y la historia, avocándonos a una revisión del pasado con ojos del presente que es imposible de analizar sin tomar en cuenta las circunstancias de la sociedad del momento.

Gracias a programas como el de Iker Jiménez, conocemos de primera mano esa censura de libros que, estoy convencida, se da en otras muchas ramas del saber y la vida cotidiana. Mi amigo Javier Sierra, maravilloso estudioso del arte y sus mensajes ocultos, podría llenar páginas enteras sobre el recato y lo pecaminoso de las obras de arte… incluso de las actuales.

Ya he leído en algún comentario de opinión que vivimos en una época puritana gobernada por imbéciles. Lo suscribo.

Me reafirmo cuando veo que la presentación de una obra de arte no escudriña el arte mismo, sino el impacto, el debate y la polémica que genera. Muy próximamente volverá a pasar en ASCO. Uy, perdón, en ARCO.

¿Es eso arte? ¿De verdad? ¿Es bueno un #MeToo llevado al puritanismo tan extremo que exige la censura del arte?

El falso puritanismo de la sociedad actual, del arte actual, solo nos lleva a la hipocresía, a los atroces eufemismos y a la prohibición y la censura. El progresismo actual, ¿no defiende precisamente acabar con el puritanismo y la censura?

Como diría un clásico, “Están locos estos romanos”…

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