El perro de Goya (1820-1823)

Por Alfonso Calle García

– Que más da que alboree si me hundo. ¡Que más da lo demás!… ¿Nada mejor se le pudo ocurrir querido Don Francisco? ¿De aquesta perra vida tan solo este momento? ¿Para dejarme aquí para todos los siglos, en este instante previo de mi muerte? ¿Para venir a ver el inmediato tiempo al fatal desenlace y para congelar un solo sentimiento?…. Pero… ¡Ha salido mal! Casi todo está mal, señor pintor, jugador de ventaja, maestro sin escrúpulos. No recuerda Vd. bien o le miente a los siglos. ¡Termine Vd. el cuadro si se atreve! Le lanzo un desafío. ¿A que no puede pintar una verdad?… ¡Por supuesto que no! Si el medio en que me hundo dice que son arenas movedizas yo no sería un perro. Un perro jamás se metería dentro de esas arenas. Esa mirada estoica, resignada, no podría asomar nunca a mi faz. Tendría que pintarle usted luces o nieblas en los ojos, de rabia, de locura, de desesperación y casi seguro que las fauces abiertas, pero nada es así. Mi rostro tiene esa mirada plácida, serena y aún casi confiada de los místicos. Mirando hacia lo alto parece convencida de que alguien o algo le está esperando arriba. Y es que todo es mentira, una equivocación. La cara que ha pintado es aquella que pongo cuando nado, o la otra paciente y casi complacida, cuando doy de mamar a mis cachorros. Todo, el cielo, la luz, las sombras, esa línea borrosa amago de horizonte o la tierra confusa que me traga, no son nada, están sin definir, quizás para que el visitante, el curioso pensante que me observa, se reinvente el cuadro y le ponga él tierra o agua, alba u ocaso, en fin, circunstancias al cabo, y como el morbo y la desgracia alimentan la imaginación más que lo simple, que lo cotidiano, les ha dado a todos por decir que me hundo entre arenas movedizas. ¿Se puede imaginar muerte más tormentosa? ¡Toda la culpa es suya por el puro placer de contarles las cosas a su aire! ¡Por dejarles que inventen lo que Vd. por pereza se negó a definir! Pero… tergiversando todo ahora dicen que es un cuadro avanzado, moderno, magistral, fruto de un genio, el Dios de los pigmentos, el Dios de los pinceles, tan solo porque ellos son capaces, lo mismo que en un juego, de acabar este cuadro, poniéndole la arena, imaginando el cuerpo sumergido. ¡Hasta lágrimas llegan a ver algunos en mis ojos! ¿Y la luz?… Un sol que no es un sol pone luz en mi cráneo, en mis orejas lacias o en la cuenca del ojo, pero también se ha inventado mi mirada. A ese lugar que debe ser de sombras porque está tras el sol le ha puesto usted la chispa, reflejo misterioso de yo no sé que luces, artificio y mentira…. ¿No le da a Vd. vergüenza?

 

– ¿Acaso sabes tú, que osas juzgarme, aquello que es vergüenza? ¿Acaso sabes tú que es ser pintor?… ¿Acaso tú no sabes que soy libre, para hacer con la tierra, contigo o con la luz lo que yo quiera? ¿Y tú no sabes, can, que este puñado de pelos de marta cibelina, atados a un mango de madera al que llaman pincel, me acercan más a Dios que una oración, una limosna o un arrepentimiento? ¡Soy aprendiz de Dios y estoy en prácticas! ¡Eso soy y háblame con respeto! El hizo el universo, y la tierra, y la luz, como le dio la gana. ¡Pues yo hago el mío! ¡Hago mi propia luz, mi propia sombra y cuanto matiz quiero! Yo puedo hacer el mar y lo pinto de tierra ¿Porqué no? Lo hago porque es mío, y te he pintado así porque aquel momento tuyo lo apresé, lo aprehendí para mí, y aunque tan solo sea durante aquel momento, eras mi perro. ¿Que nadas?… ¿Que te hundes en fangos o arenas movedizas?… ¡Y a mi que me importa! ¡Yo hago lo que quiero con aquello que es mío! Ese es mi mundo, y lo mismo que Dios, ahí se lo he dejado a los demás, para que lo siembren, para que lo sufran, para que lo piensen, para que lo acaben, para que intenten hacer su propio mundo. ¿Qué la luz no es así?… ¡Ya lo sé! Pero ¿Por qué tiene que ser tal como fue? ¿Qué impide que otra nada, que es mi alma, cree otra nueva luz también apenas nada?… ¿Qué pasa si tu gesto, que pones cuando nadas, yo digo que es el de cuando te hundes en medio de la arena?… Tal vez has de ser tú el que deba revisar, desde ahora mismo, todo tu repertorio de gestos, y ladrar cuando penas, aullarle al sueño, mover el rabo durante la ventisca o hacerte el tonto ante un pescado fresco. ¿Qué no puedes hacerlo?… pues mi perro, el que pinto, él si que puede hacerlo. ¡Por eso soy pintor! ¡Soy aprendiz de Dios!… casi todos lo saben menos tú.

– ¡No estoy de cuerdo! ¡Yo no estoy de acuerdo! No es vuestro el perro, tampoco lo es el mundo, ese que presumís haber creado. ¡Es nuestro! Lo afirmo en representación de los pensantes, de los espectadores. ¿Quien ha creado “El Perro”?… ¿Cuántos días tardasteis en hacerlo?… ¿Diez?… ¿Tal vez veinte?… ¿Cuarenta días y otras cuarenta noches, los que duró el castigo que nos mandó Yahvé?… ¿Qué más da? ¿Desconocéis acaso, D. Francisco, las infinitas horas que millones de hombres lo hemos contemplado? ¿Conocéis cuantos ríos de tinta han corrido por el papel en blanco para hablar de ese perro? ¿Cuántos lectores invirtieron su tiempo, tiempo de reflexión, en leer sobre “El Perro”?. ¡Entre todos nosotros lo hemos hecho! Vos solo lo empezasteis. A los veinte años de ejercer el dominio sobre una cosa, la propiedad pasa al dominador por usucapión, y vos lo terminasteis hace ya ciento y ochenta años, pero además de ello: ¿Qué sería de ese mundo vuestro sin estar habitado por nosotros? ¿Qué clase de mundo sería entre nuestro desprecio, nuestra ignorancia? Nuestro mundo es aquel en el que residimos, la Tierra. No lo hacemos ni en Saturno ni en Plutón, por eso ambos son apenas nada, apenas un misterio al que ignoramos. Igual sucedería con todo vuestro mundo si no fuera porque nosotros hemos tomado posesión de él, porque nosotros lo hemos completado… aún os diría más: nosotros lo hemos hecho y por lo tanto es nuestro y vos solo y en todo caso algo así como… su abuelo. Nosotros somos vuestro mejor pincel.

 

– ¿¡Su abuelo!? ¿¡Cómo es posible que oséis atribuiros la paternidad de aquello que todo el mundo sabe fue creado por mí!? ¡Consta en los documentos! ¿Es que ya no hay Notarios? ¿De que perro hablaríais si el mío no lo hubiese pintado tal como lo pinté?

 

– Tal vez de ninguno, pero… ¿Qué falta nos haría? Solo se puede amar aquello que se conoce y solo se echa en falta aquello que se tuvo. Si no existiera el vuestro, tendríamos un pájaro, o un mono narigudo. ¿Qué tal una papila gustativa atormentada por una gota de limón? ¿Creéis que no seríamos capaces de generar un mundo al ver a esa papila y a sus células, a los ojos de sus células, si los tienen, desorbitados, y ellas retorciéndose de dolor agredidas por el terrible ácido? Si tan solo necesitamos una excusa para elucubrar, para filosofar, para crear un mundo artificial como el que aseguráis vuestro.

 

Señor pintor. Nosotros somos los autores. ¿Cuantos “artistas” han muerto en medio de la ignorancia nuestra voluntaria? ¿A cuantos hemos resucitado porque nos dio la gana? ¿Quién hizo las pirámides o quién el Taj Mahal? Entre el tiempo y nosotros los vamos deteriorando y sin embargo cada vez son más nuestros. ¿Qué falta nos hace el autor?

 

– Para desgracia vuestra se desconoce el nombre del genio creador de esas dos obras, pero ese no es mi caso. En el mío se sabe, y no es otro que Francisco de Goya y Lucientes, aragonés y sordo, que ambas circunstancias son ventajas, la primera para que me obstine en mi convencimiento y la segunda para poder no oírte en cuanto quiera. Pero al margen de ello: ¿Quién de entre vosotros hubiera sido capaz de haberlo hecho?… Un lienzo, unos pigmentos, un pincel y mi mente. ¿Resultado?… Una composición sencilla en la que las líneas maestras convergen en la testa del can. En la zona inferior, con todo el peso, la tres cuartas partes del cuadro, del mundo, sobre ella. Con una sola línea de horizonte que se empina buscando el imposible hacia la derecha para dificultar aún más la hipotética salvación.

 

Con el color se ha reafirmado la simplicidad. Solo tres cosas, cielo, tierra y una cabeza de perro atormentada. El negro pesado en la base del cuadro. Un negro opaco, denso, abigarrado, inaccesible. Un cielo que así mismo busca el negro en las alturas, negro de noche oscura o de tormenta terca, preñado de presagios. También a la derecha se oscurece para añadir misterio a la dificultad, anunciando aún más sombra a la derecha, destino inalcanzable, y ¿en medio?… En el medio la luz que no es tal luz, o quizás que lo es más porque se abre entre sombras para iluminar el centro, la cabeza,  y que se acentúa aún más encima de ella insinuando un sol, un ojo vigilante de la angustia del perro, y en el centro, ¡si, en el centro!, una cabeza sola mostrando un infinito desamparo en la mirada, aferrada a un destino que se antoja imposible. El sufrimiento físico, el dolor, la soledad, el sentimiento de impotencia y las últimas fuerzas que navegan en la mirada en busca de un último refugio, consuelo necesario para morir luchando. Son tantas cosas que nadie de vosotros lo pudiera haber hecho.

 

– Querido don Francisco. La pintura, al igual que la música o la poesía, se explica por sí sola, o no se explica, porque, en general, todo comentario respecto a una pintura, a una poesía, se refiere a elementos al servicio de ellas, técnica, estilo, luz, color, lenguaje, sentimiento, aspiración, pero no a la poesía o la pintura mismas, porque únicamente y nada menos son lo que son, un viaje espiritual hacia lo trascendente. Decía Dámaso Alonso, al que Vd. no llegó a conocer, que “Un poema es un nexo entre dos misterios, el del poeta y el del lector”, pues lo mismo pasa con la pintura, un nexo mágico entre el pintor, la obra y el observador, porque en ambos casos cada uno aporta a la obra sus propias vivencias y su propia sensibilidad. Don Francisco… todo arte habita en el sentimiento, el cuadro, el poema, la partitura, solo son instrumentos, técnicas incapaces de registrar la verdad de una emoción en toda su intensidad y magnitud, por eso el cuadro que me acabáis de describir, es el vuestro, el mío es otro distinto, más trágico o menos, tal vez cómico ¿Por qué no?… Desde arriba, desde el cielo cuelga un enorme pene que orina sobre el perro y la sombra del dueño, que ya ha huido, se queda a la derecha. El perro resignado aguanta el aguacero. ¿Qué no vale?… ¿Por qué? ¿No puedo ser trivial, o es que este mundo es solo de solemnes?.

 

Al final, para poder aferrarnos a algo tangible, señor Goya, lo mismo que existe un Norte-Sur y un Este-Oeste, son imaginación-inteligencia y sensibilidad-amor, los puntos cardinales del arte y, o son de todos o no son de nadie. Están ahí.

 

-¡Vale! ¡Vale!… ¡Coño… vale! ¡Vete a hacer puñetas, pero el cuadro es mío!…. ¡Pues no te jode éste con lo que viene ahora!…

 

– ¿Qué te pasa Francisco? Dime: ¿Por qué te enfadas? – Rasgándose la luz en las alturas, la voz de Yahvé se dejó oír.

 

– ¿Qué que me pasa?… ¡Este gilipollas!

 

– En mi presencia habrás de contener tu genio desbordado. ¿Cuál es el problema?

 

– Nada… Vos sabéis que yo pinté este cuadro. ¿No? – el ojo del señor se movía dentro de su triángulo en gesto afirmativo, de arriba abajo a lo largo de la mediatriz – Pues ahora viene éste… este… – cerraba los puños estirando los brazos mientras el pintor miraba amenazante a aquel intruso – Este de aquí, y dice que lo ha pintado él, y lo peor no es eso, lo peor es que intenta convencerme de que así fue, y aún peor es que yo ya casi me lo estaba creyendo. ¡No te fastidia!… Pero… además…. ¿Y el sinvergüenza del perro?…. Que me dice que lo he pintado mal… ¡Que está todo mal hecho!… Hace uno su trabajo con la mejor intención y luego… solo críticas o apropiaciones indebidas. Para que luego digáis Vos que ¡amor al prójimo! ¡Amor al prójimo! ¡¡A la mierda los prójimos!!… Pues a mi me va a convencer éste sabelotodo, por mucha oratoria que se gaste, de que lo pintó él. ¡Solo faltaba eso! ¡Además de sordo, necio!

 

– Ya no te aguanto más. ¡Me has faltado al respeto! ¡El perro es mío! – Yahvé, de alguna parte del triángulo sacó no se qué, agarró al perro de una oreja, lo saco del fango y mientras aullaba lastimeramente se lo llevó consigo para dejarlo en la constelación del Can Mayor, cerca de Sirio. Desde entonces, entre las estrellas de ese Can se deja oír un aullido de perro que a veces pone los pelos de punta a todos los habitantes de Libra y Sagitario por ejemplo.

 

– Soy un perro de Dioooos, de él somos tooooodoooos ¡¡aauuuuuuu!!

 

Marzo del 2001

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