Memorias de José Luis Fernández en “La Nueva España”

El pasado mes de mayo el escultor y socio José Luis Fernández, fue objeto de un gran reportaje de sus memorias, que el diario ovetense “La Nueva España”, publicó en exclusiva y que hoy, y gracias a la generosidad de nuestro ilustre socio, podemos reproducir aquí.

La Sociedad Protectora de la Balesquida, gracias a la aportación de renombrados artistas, va incrementando su pinacoteca. Exposición que pueden contemplar si se acercan al local que el Ayuntamiento de Oviedo nos ha cedido, en la plaza de la Constitución número 4, 2ª. planta (edificio de Turismo). Vale la pena.

En esta ocasión, la obra que figura en la portada del Anuario 2016 de la Sociedad Protectora de la Balesquida, y que a la vez ilustrará programa y carteles anunciando las fiestas del Martes del Bollu, corresponde a la donación de un ovetense universal, afincado en Madrid desde 1960, José Luis Fernández (Oviedo, 1943).

con los goya

Comenzó en plena adolescencia a trabajar como aprendiz en el taller del escultor Jorge Jordán, con el que aprendió técnicas y procedimientos. Realizó estudios oficiales en la Escuela de Artes y Oficios de nuestra capital, los que más adelante completaría en Madrid. Allí trabajó como colaborador en los talleres de artistas tan importantes como Lapayese Bruna, Avalos, Pérez Comendador o Cruz Solís.

De él escribió el historiador de arte español Carlos Arean: «Hay en la escultura exenta de José Luis Fernández una confluencia de todos los elementos en una unidad de expresión de alto valor rítmico, lumínico y volumétrico. La calidad no se limita, por tanto, al acabado o a la organización de espacios encabalgados, sino que se da igualmente en la correlación entre planos incursados y volúmenes orgánicos y en esa forma casi inmaterial que es la luz, que no solo subraya la esencialidad de la forma, sino que crea en su entorno una especie de halo de

encantamiento. Cada elemento de la obra se halla en íntima conexión con todos los restantes y subraya así, en unidad indisoluble, la voluntad de expresión volumétrica del escultor y la objetivación estilística de la misma».

Como José Luis mismo dice: «Cuando un artista trabaja la materia para darle forma está ejerciendo su dominio sobre el elemento; está luchando por someter la materia a la estética y está haciendo llegar al público, a través de una forma, una idea, un pensamiento, una manera de contemplar la realidad. A veces, esta realidad se expresa a través de la forma abstracta sin que ello reste veracidad a la obra; a veces, la escultura muestra un aire de fantasía con la que su creador ha querido decir al público cuál es la autentica sensación que le produce una visión o un pensamiento. En definitiva, es una manera de expresar lo que se siente, lo que se intuye o lo que se ve».

Si bien lo más importante en su trayectoria artística es el conjunto de su producción y el gran número de esculturas que adornan varias capitales españolas -entre ellas Oviedo, «La pensadora», en plaza el Carbayón-, su trabajo más reconocido es la cabeza de Goya que, año tras año, desde 1988, reparte la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entre las personas más destacadas del mundo del cine español.

La escultura que José Luis Fernández ha obsequiado pertenece a la serie «Osamentas», realizada en bronce (2008), en un tamaño de 51x51x21 centímetros. La presentamos en sociedad ayer en el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA, junto con el Anuario 2016, y una preciosa serigrafía de «Tonina», finalista en varias ocasiones en el Certamen de Pintura de Luarca, que ilustra la contraportada del libro

 El escultor José Luis Fernández (Oviedo, 1943) concluye sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA repasando trabajos como las estatuillas de los premios «Goya», «que sin duda es lo más mediático, aunque mi obra es mucho más amplia».

De trece a tres kilos. «El encargo de los ‘Goya’ fue el siguiente. En las primeras ediciones se entregaba un busto hecho por el escultor Miguel Ortiz Berrocal, pero ese ‘Goya’ no encajaba con lo que quería la Academia porque pesaba trece kilos y luego se le tocaba un botoncito en el pañuelo del cuello y le salía una cámara de cine del cráneo. En Madrid había muchos escultores en aquellos tiempos, pero debió de correrse la voz de que yo tenía en mi taller, Fundiciones Esfinge, unos sistemas muy adecuados para el tema. Cuando hace 32 años me encargaron el ‘Goya’ me pidieron que fuera de carácter figurativo, que se pareciese a Goya y que el tamaño fuera aparente, para que se viera bien en escena, pero, a la vez, que no pesase mucho para que el premiado lo pudiera levantar con una mano. Para la figura me inspiré en los autorretratos de Goya, en los ‘Caprichos’ y en algunas pinturas de sus discípulos, por ejemplo, de Vicente Calderón de la Barca. El prototipo es hoy un molde de silicona, en negativo, que se utiliza como base de la técnica de ‘fundición a la cera perdida’. El molde de silicona se llena con cera, ésta se retoca y se mete en un cilindro en el que se inyecta el bronce por centrifugado, y no por gravedad. De este modo, las paredes de bronce son muy delgadas y la pieza pesa mucho menos, unos tres kilos».

en su buhardilla

Ácido, agua y fuego. «Este trabajo es muy laborioso y meticuloso, porque para cada estatuilla se hace un molde de cera. Y por eso no hay dos ‘Goyas’ iguales, porque se retoca la cera y después el acabado da un toque final individualizado. Sin querer menospreciar la estatuilla del ‘Oscar’, ésta se hace con mecanizado, con un troquel, y todas son exactamente iguales. Pero en los ‘Goya’ hay un cincelado para trabajar la superficie del bronce, y luego se le da una pátina con ácido, agua y fuego. Dependiendo del ácido, de la intensidad del calor y del agua, el resultado tiene variaciones de tono. Se utiliza sulfuro de potasa y piedra de amoniaco para conseguir el tono verdoso. Los herederos de Mariano Benlliure dijeron hace un tiempo que mi figura del ‘Goya’ era una copia de la escultura en piedra de su antepasado. No es así, sino que yo hice mi propia interpretación a partir del material gráfico del que he hablado. En ese sentido, creo tener el mismo derecho que Benlliure para modelar a Goya, pero creo que el mío es más moderno y, sobre todo, la técnica en bronce es muy distinta a la suya».

Tótems y péndulos. «El escultor trabaja con la materia para darle forma; está luchando por someter esa materia a su propia estética, y con la forma está haciendo llegar al público una manera de contemplar la realidad. A través de los años, el artista va también esculpiendo su personalidad, su manera de ver las cosas, y así nacieron mis series ‘Osamentas’, ‘Orgánica’, ‘Arbóreas’, ‘Tótems’, ‘Germinaciones’, ‘Encuentros’ o ‘Gallinetas’. En el presente vuelvo a los tótems y antes me preocuparon los péndulos o las pirámides».

La madera, más personal. «La escultura en bronce la trabajamos con esa técnica tradicional de la ‘cera perdida’, que viene desde el Renacimiento, o con ‘fundición a la tierra’. Tal vez sea el bronce con lo que el escultor se expresa con mayor libertad y los terminados incluyen un conjunto de oficios muy artesanales: soldadores, cinceladores y la pátina final, que tiene mucho de alquimia. En cambio, la piedra o el mármol requieren gran habilidad y fortaleza manual. En ellos es difícil rectificar, pero en la actualidad hay bastantes útiles mecánicos que ayudan al escultor, por ejemplo un compresor de aire para herramientas mecánicas con diferentes abrasivos y muelas. Pero en su pulido sigue siendo mejor la técnica tradicional. Y la madera es un material que resulta más directo y personal. El mármol, el hormigón o el barro permiten un trabajo en equipo, pero la madera requiere la dedicación del propio artista, sin ayuda. Además, la madera te obliga a dominar varios oficios, desde la ebanistería, para conseguir un buen encolado del bloque de madera en el que se va a tallar la escultura, hasta un perfecto dominio de la herramienta, de las gubias».

Arte público y arte sacro. «En nuestro taller hacemos desde joyería hasta escultura monumental urbana. En 1976 me encargaron los murales subterráneos del metro de la plaza de la Cibeles, en hormigón y encofrados ‘in situ’, y ese mismo año hice nueve grandes murales en hormigón para cada planta del Servicio Obligatorio de Viajeros, en Madrid. En 2011, por encargo del arquitecto Juan Pablo Rodríguez de Frade, hice las puertas para la remodelación del Museo Arqueológico de Madrid, tres piezas en bronce de 800 kilos cada una, moduladas con unas estrías que diseñó el arquitecto Juan Pablo Rodríguez. Y la familia de Calvo-Sotelo, junto con la Cofradía de Pescadores de Ribadeo, me encargó un gran relieve en bronce del expresidente. También hice la escultura de Gaudí para León, y como en internet salen a veces cosas muy raras, alguien dijo en una red social que ése no era Gaudí, sino Leopoldo Alas ‘Clarín’, una escultura que le había ofrecido al Ayuntamiento de Oviedo y que rechazo, y entonces lo utilice como Gaudí. Les escribí a los de esa red social aclarándoles que el Gaudí de León es Gaudí, y nadie más».

trabajando

Berlanga, descalzo. Y al cumplirse los 25 años de la película ‘La vaquilla’, el Ayuntamiento de Sos del Rey Católico, el lugar del rodaje, encargó una escultura de Berlanga dirigiendo descalzo, que es como a veces lo hacía. Además de Berlanga, se colocaron sillas de director de cine fundidas en bronce con los nombres de los actores de la película, y se dispusieron en los lugares del pueblo donde se habían rodado las escenas más importantes. También he hecho arte sacro, pues la Iglesia ha realizado desde siempre una labor de mecenazgo. Fue, sobre todo, en los años setenta y pude hacerlo con gran libertad. El arte sacro es muy enriquecedor».

Huyendo de las modas. «Me casé en 1973 con María Soledad Fernández, que es de Tineo, y hemos tenido tres hijos, Sergio, Cristóbal y Natalia. Sergio, que estudió Filosofía y es escultor, es el gerente del taller, en el que también trabaja Natalia, que estudió Historia y Arqueología. Y Cristóbal, que nació justo cuando murió mi padre, se dedica al cine y está en Barcelona. Hizo Ciencias Audiovisuales y estuvo unos meses en la famosa Escuela de Cine de Cuba. Es montador de cine y profesor. En estos momentos el mercado del arte ha sufrido un gran retroceso. Los encargos oficiales se han recortado y la clase media ha dejado de comprar. Pero sigo pasándolo bien haciendo mi propia obra y huyendo de las modas»

José Luis Fernández nace en Oviedo en 1943 y desde chiquillo siente pasión por el modelado y la escultura. Se forma en el oficio de la talla en madera en el taller de sus tíos, en la calle Mon, o en el mármol en un taller del Naranco. A los 17 años decide trasladarse a Madrid, donde monta un taller en Vallecas y al que se añade una fundición en Torrejón de Ardoz. De formación autodidacta y con influencias de Henry Moore y Constantin Brancusi, su obra es amplísima y se mueve entre una cierta abstracción y el figurativismo. Desde la segunda edición de los premios «Goya» es el encargado de fundir cada año las estatuillas entregadas a los galardonados.

Maestros tallistas. «Nací en Oviedo, el 28 de febrero de 1943. Mi padre, Cristóbal Fernández Sánchez, era natural de la zona de Prío, entre Asturias y Cantabria. Era militar, pues había hecho la guerra y se enroló a continuación en el Ejército. Estuvo en Larache, en Ceuta, en Melilla…, y su destino era transmisiones. Y mi madre, Covadonga Fernández Carvajal, era de Oviedo. Fuimos diez hermanos: Pedro, José Luis, Enrique, César, Alfonso, Jesús, Covadonga, María Elvira, Marisol y Evaristo. El mayor, Pedro, también fue militar y el mismo día que inauguré la exposición de 1999 en el CAMCO (Centro de Arte Moderno «Ciudad de Oviedo») le atropelló un coche. Quedó muy mal y falleció al cabo de un año. Otro hermano, Jesusín, se murió de niño al caer de un columpio. Vivíamos en una casa al lado del Seminario de Oviedo y él estaba jugando en el patio cuando se rompió la cuerda y cayó. Los demás hermanos vivimos todos. Desde pequeño me aficioné al modelado con barro. En aquellos tiempos hacemos cositas y mi hermano Enrique me anima: ‘Oye, por qué no hacemos unos belenes y los presentamos a los concursos que organizaba Acción Católica’. Y así fuimos comenzando. Enrique siempre ha estado conmigo y es el que ha llevado después la parte técnica de los talleres y de la fundición. También tenía dos tíos, hermanos de mi madre, Carlos y Luis Fernández, que eran maestros tallistas en madera y trabajé con ellos desde pequeño. Tenían el taller en la calle Mon y el suyo era un tallado artístico. Eran tallistas de muebles de época, por ejemplo, renacentistas o neoclásicos, estilo Luis XVI. Para eso hay que ser un gran profesional y ellos eran escultores en realidad. Carlos Sierra, el pintor, llegó a tallar alguna madera conmigo en la calle Mon».

Buhardilla en la Casa España. «Estudié en el colegio Loyola y la academia Ojanguren, y después hice hasta cuarto de Bachillerato en el Instituto Alfonso II, donde tuve de profesor a Pedro Caravia. Después fui a la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios de Oviedo, donde coincidí con Bernardo Sanjurjo, Miguel Ángel Lombardía, Manuel Linares, Fernando Alba, Mauro? Mis primeros premios, en una fase regional y otra nacional, fueron con la Organización Juvenil Española, la OJE. El nacional fue con una escultura en escayola de mi hermano Jesusín, el que había muerto en el columpio. Y después tuve otro premio con una escultura en madera de una mujer con una gallina en la mano. En aquellos tiempos en los que estaban tan mal las cosas, es digno de destacar cómo la OJE, con los pocos medios que había, nos ayudaba proporcionándonos espacios o la participación en exposiciones, cuyos viajes nos pagaban. Y así fue como la OJE nos dejó una buhardilla en la Casa España, que estaba en la calle Asturias y era la sede de LA NUEVA ESPAÑA y de Radio Oviedo. Allí coincidí con Carlos Sierra, Miguel Ángel Lombardía o el pintor José Manuel Zapico, que se estableció en Málaga. De aquella tendríamos 16 o 17 años y mis padres me decían que me dedicase a una cosa más segura, como todos los padres. Pero mi padre, que era muy buena persona, conoció a un escultor, Jorge Jordán, y me metió a trabajar con él una temporada. Era en la marmolería de don Belarmino Cabal, en el Naranco, y allí aprendí a trabajar la piedra. Con él también estuvo trabajando un tiempo Fernando Alba, el escultor».

en su escultura a

Articulaciones. «Así que desde chaval empecé a trabajar con todos los materiales: barro, escayola, madera, piedra. Incluso se me daba muy bien hacer los moldes porque a veces iba a trabajar con escayolistas. O sea, buscaba el oficio para llegar a las ideas, porque en la escultura, a diferencia de la pintura, hay que tener muchísimo oficio. Hay que dominar muchas disciplinas. Por ejemplo, si trabajas la madera, tienes que ser un poco ebanista, o un poco afilador de herramientas. Lo mismo pasa con la piedra, o con la fundición, que tiene muchísimo oficio y muchos pasos de artesanía. En el taller de la buhardilla cada uno se orientaba a su modo. Esto del arte es un poco individualista y cada uno se encierra en su sitio y hace su obra. Lo mismo hacía un minero herido que un desnudo de una chica. Cosas variadas, porque te estabas haciendo. Luego cada unos se fue por su lado. Carlos Sierra y yo somos de la misma quinta y nos fuimos a la mili al mismo tiempo. Él para África y yo a León, pero ni él ni yo hicimos el servicio militar. Nos echaron: a él por un dedo y a mí por una pierna. Nos declararon inútiles. La verdad es que desde pequeño tuve una lesión de rodilla en la pierna izquierda y ahora acaban de operarme para colocar una prótesis en la rodilla derecha. Yo creo que todo eso influyó en que haya hecho esculturas de osamentas y articulaciones, una especie de encuentros orgánicos entre piezas».

Dos piezas de estilo románico. «Oviedo era una ciudad muy agradable, y aunque no estudié en la Universidad siempre estaba metido en los seminarios de Filosofía de oyente. Recuerdo alguno de Gustavo Bueno. Pero a los 17 o 18 años mi idea era irme a Madrid, y luego a París, pero cuando llegué a la capital me dije: ‘Si tengo problemas para vivir en Madrid, ¿qué será de mí en París?’, y por eso me quedé aquí. A Madrid llegué con un dinerito que había hecho en Oviedo, porque Magín Berenguer me había encargado mis dos primeras tallas en madera, de estilo románico, para la iglesia de Santa María de Narzana, en Sariego. Con ese dinero tenía para pasar tres meses en Madrid y con eso arranqué. En ese tiempo intenté entrar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, pero cuando tenía aprobado el ingreso ya me había metido en lista para ir a la mili y no pude arreglar los papales. Así que mi camino fue el de autodidacta porque entonces era fácil llegar al taller de un escultor, saludarle y preguntarle si podías ayudarle en algo o si había algún trabajo. Como en aquellos tiempos no existían los ‘papeles’, como ahora, pude trabajar con varios artistas. Hoy, en cambio no le puedes dar trabajo a la ligera a un escultor que llega por ahí, porque, entre otras cosas, tienes que contratarlo y asegurarlo. Pero entonces, ya digo, nadie te pedía ‘papeles’ y a ti te hacían un gran favor. Iba a colaborar en los talleres y luego, por las tardes, me iba al Círculo de Bellas Artes a dibujar».

Un rinconcito para la obra. «Trabajé con los escultores Ramón Lapayese, o Juan de Ávalos, que era un poco más industrial; o con Enrique Pérez Comendador, un académico de San Fernando. Y tuve relaciones con todos los de la época, por ejemplo, con el murciano José Planes, o con José Luis Coomonte, Cruz Solís o Antonio Suárez. Cada uno de ellos trabaja unas materias y unos temas y lo que yo aprendía era el oficio, porque lo demás eras tú el que tenía que crear. A veces ibas a trabajar con ellos unas horas y te dejaban un rinconcito para que pudieras ir haciendo tu obra y así es como fui aprendiendo. La enseñanza autodidacta a través de otros escultores es muy buena para un escultor. Planes era muy avanzado para su época y hacía una escultura muy abstracta. Lapayese hacía también abstracción y Comendador era puramente académico y figurativo. Trabajaba todos los materiales, e incluso hice cosas para el Valle de los Caídos con Ávalos. Luego ya fui haciendo una obra diversa, semiabstracta, pero también figurativa. Siempre estoy en búsqueda, pero no a la moda, sino guiado por mi sentimiento. Pero el escultor que más nos influyó en aquella época fue el famoso Henry Moore. Era lo máximo en aquellos tiempos y en la época de Franco se hizo una exposición muy importante con su obra en Madrid. Me entusiasmó. También me influyó en aquel momento el rumano Constantin Brancusi».

El Café Gijón. «Cuando llegué a Madrid fui a ver a Paco Umbral, porque me lo recomendó Perelétegui, un leonés muy agradable que era primo suyo y que trabajaba en Radio Oviedo como periodista. Llegué al Café Gijón y saludé a Umbral, que me dijo: ‘Vente con nosotros que vamos a hacerle un homenaje a Larra’. Cuando llegamos al paseo Rosales, donde está su monumento, llegaron los grises y nos atizaron a todos. En el Café Gijón conocía a muchísima gente. Era nuestra segunda casa porque casi todos hacíamos lo mismo: trabajábamos diez o doce horas y al final acabábamos en el Gijón. Allí traté bastante con Gomila, pintor de Gijón, y con alguien que es un buen coleccionista de arte y ha ayudado a mucha gente, Lalo Azcona».

Vallecas y Torrejón. «Pasé momentos malos, pero, en general, desde los 17 años he vivido de la escultura. Pero, además, desde hace ya muchos años, no solamente vivo yo de ello, sino que vive la familia de mi hermano Enrique, y mis hijos, y los 17 o 18 empleados que tenemos en el taller. A los 19 años yo ya tenía mi coche y me hice un traje en el sastre. Y en 1964 monté mi primer taller, en Vallecas, donde sigo. Fuimos añadiendo locales, hasta cuatro, y un día, hablando con mi hermano, decidimos que teníamos que ir a una nave grande y montar una fundición. Aquí en Vallecas también fundíamos, pero nos podían decir algo los vecinos. Y así fue como abrimos el taller de Torrejón de Ardoz hacia 1999. Ya en Vallecas había mucha labor y el taller funcionaba en equipo; trabajábamos como en la época renacentista, en la que había un escultor y alrededor suyo giraban distintos oficios: cinceladores, fundidores, soldadores, tallistas, pulidores, plateros, joyeros, sacadores de puntos, etcétera. En 1965 tuve mi primera exposición, en la sala Cristamol de Oviedo, con Carlos Sierra y Ramón Sancho-Miñano. Esa exposición nos la inauguró Nicanor Piñole».

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