Luis Vecilla en “Cuarto Milenio”

El próximo domingo 26 de noviembre, el programa “Cuarto Milenio”, que dirige y presenta Iker Jiménez y Carmen Porter y se emite en la Cuatro, tendrá como invitado especial al socio Luis Vecilla, que se encuentra exponiendo sus obras en la Galería de Arte Francisco Duayer de Madrid, hasta el 1 de diciembre.

Artista madrileño cuya pasión desde la infancia por la pintura, le lleva a formarse en el taller de Juan Valenzuela y Chacón, adquiriendo la técnica de pintura al óleo y convirtiéndolo en un pintor figurativo.

A lo largo de los años ha realizado numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas, y ha obtenido diversos premios.

De La Luz

En 2009 sufre un infarto con parada cardíaca que precisó reanimación y uso de desfibrilador. Durante la parada vivió lo que se denominan «experiencias cercanas a la muerte». Vio la luz blanca y sintió una paz y tranquilidad extraordinarias acompañado por “seres de luz”.

Han pasado muchos años desde entonces, pero es un sueño que no se olvida nunca.

Siempre ha sido un pintor figurativo, pero el año pasado empezó a realizar pintura abstracta. Le salían dos formas laterales y unas “x” centrales.

Un día, cayó en la cuenta de que probablemente lo que quería era expresar la experiencia vivida durante la parada, y se puso a ello.

Ha contado muchas veces lo que vio y experimentó, pero hasta ahora no se ha atrevido a intentar plasmarlo en los lienzos.

Este intento es lo que conforma la presente exposición, como resultado de la exploración que ha desarrollado durante este último año.

El 19 de abril de 2009, era domingo. Quedamos con mi hermana, su familia y mi prima y los suyos, y fuimos a La Jarosa (Guadarrama) a dar un paseo con los niños y comer después en un chiringuito junto al embalse.

Subíamos una pendiente moderada, rodeada de pinos en una mañana fresca de abril. Había llovido, e íbamos abrigados. Comencé a sentir un ardor en la zona del esternón. No le di mucha importancia, pensé que podía ser del estómago o bien el primer síntoma de un resfriado.

Cuando descendíamos hacia el lugar donde íbamos a comer, el ardor se había convertido en una molestia permanente. Resultaba extraño, no cambiaba al tragar saliva (como el de estómago) ni dependía del ritmo respiratorio (como el del catarro de vías altas). Lo comenté por primera vez con mi hermana Cruz y mi cuñado Pedro De la Villa, que, como yo, son médicos, pero seguimos sin darle demasiada importancia. Aun así, mi mujer me dio un Adiro que llevaba en el bolso.

Al llegar al chiringuito, el ardor era francamente molesto, por lo que mi hermana decidió llevarme a algún ambulatorio. Nos montamos en su coche, y mi mujer se vino con nosotros. Los niños se quedaron en el chiringuito con el resto de los adultos.

A los cinco minutos, cuando aún no habíamos llegado a la carretera asfaltada, comencé a quedarme muy frío, a la vez que comencé a sudar. El ardor se parecía ya más al mordisqueo de una rata en la zona del corazón. Decidimos ir al hospital más cercano, en El Escorial.

Cuando llegué al hospital la situación era preocupante al máximo. Mi hermana bajó del coche, buscó una silla de ruedas, me montaron en ella entre las dos y me metieron en urgencias a toda velocidad mientras gritaban pidiendo ayuda.

En unos minutos estaba tendido en una camilla. Me pusieron electrodos, dos vías venosas y me hacían preguntas mientras revoloteaban a mi alrededor y comenzaban a administrarme medicación. Tenía mucho frío, y el dolor como de mordiscos en el corazón iba a más.

Soy médico. Sabía que me podía morir en cualquier momento, pero de alguna manera lo acepté. Decidí no luchar contra ello. Cerré los ojos y empecé a rezar.

Hablé con Dios como con un amigo. Le dije que me había portado lo mejor posible, y que en la vida no me había ido del todo mal. La daba por concluida y pedía que me aceptara como una buena persona allá donde fuera a llegar. No tenía miedo.

De repente se me quitó el dolor, y empecé a sentir un calor muy agradable. Iba flotando por un espacio oscuro y a ambos lados levitaban junto a mí dos formas cambiantes, transparentes y llenas de lucecitas, como pequeñas galaxias. Me iban acompañando, y me dio la sensación de saber el porqué de todo. Al fondo vi una luz muy blanca y potente. Según nos acercábamos a ella, me sentía cada vez mejor. Tenía muchas ganas de llegar, y vi una especie de escalera que deseaba empezar a subir.

De pronto me despertaron. Volvió el dolor y el frío, y la verdad es que lo primero que pensé es que había sido un sueño extraño y vibrante, muy real, producido por alguno de los medicamentos que sabía me estaban administrando para el dolor.

Me dijeron que me trasladaban a Puerta de Hierro, donde me esperaban ya para realizarme un cateterismo. Durante el traslado me quedaba adormilado, pero ni el frío ni el dolor se pasaban del todo.

Tenía una obstrucción de la coronaria descendente anterior, que me operaron mediante un catéter con anestesia local, mientras hablaba con los médicos, y veía en una pantalla todo el proceso.

Estuve unas horas en la UCI, y me pasaron a una habitación.

Cuando me levanté por primera vez, noté un dolor en el tórax, llamé a la enfermera y le pregunté que tenía en la piel. ¿No lo sabes? Me preguntó. ¡Son las quemaduras que te hicieron con las placas del desfibrilador cuando te reanimaron tras una parada cardiaca en El Escorial!

Me quedé atónito. No me enteré de nada de eso. Pero enseguida me di cuenta de que estuve unos minutos con un pie en el otro lado, y de que la luz y la paz que sentí fueron real, y no un producto de la medicación.

Desde entonces han pasado muchos años, pero es un sueño que no se olvida nunca. Siempre he sido un pintor figurativo, pero el año pasado empecé a realizar pintura abstracta. Me salían dos formas laterales y unas “x” centrales. Un día, caí en la cuenta que probablemente lo que quería era expresar la experiencia vivida durante la parada, y me puse a ello.

Esta exposición es el resultado de esa exploración realizada durante este año.

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