Mª Dolores Barreda Pérez
Secretaria General
Secretaria Perpetua de la AEPE
Según la RAE, el eufemismo “es la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión directa sería dura o malsonante”.
De unos años a esta parte, los que manejan los hilos de la nueva sociedad que ya han creado, han presupuesto que para los individuos que presumen de incultura, que ahora está eso muy de moda, una expresión directa sería ofensiva, despectiva, agresiva y de mal gusto. Lo presuponen con ojos malsanos en la actitud a la hora de decirlo, no en lo que realmente se está diciendo.
Y lo han hecho poco a poco, de manera que ya para casi todos, resulta ofensiva la verdad y hay que suavizarla para no ofender. Porque como digo, todo está basado en la supuesta ofensa que significa.
Decía en un artículo anterior, que el negro es negro igual que el gordo es gordo. El problema es que ahora ya al negro, no le suena bien que le llamen negro, a pesar de que sea ese su color. Y el gordo ya no quiere que se le llame gordo, aunque en lo más interno de su ser sea consciente de que lo es.
Nos han creado un complejo moral tan bien diseñado, que ahora ya nos molestamos por cualquier cosa, llegando a situaciones surrealistas en las que el uso del lenguaje se ha acomodado a la llamada “corrección política”.
El nuevo lenguaje así nacido, suaviza las palabras y se basa en disfrazar la idea a base de expresiones que no hacen más que generar ambigüedad innecesaria, nos impiden ser directos, ralentizan la conversación y hacen hueco el lenguaje. Pero lo más importante de todo es que cambiar las palabras no cambia la realidad expresada con ellas.
Llamar negro a un negro se ha convertido en racista, por eso lo llaman persona de color, persona de piel oscura… pero la realidad es que es un negro. Otra cosa es el tono utilizado para decirlo, que es el que genera rechazo.
Una revisión del lenguaje nacida como algo contracultural que debía acallar valores machistas y racistas, pero que ha venido a degenerar en prohibiciones absurdas, groseras, intolerables, puritanas y en lo que es peor, un nuevo lenguaje que empobrece el nuestro y una nueva incultura de la intolerancia que se ha adueñado de la sociedad.
Lo políticamente correcto se ha vuelto la norma en la progresía de España y usar eufemismos para ellos, viene a decir que queremos ser amables y menos agresivos en nuestras expresiones, en lugar de decir la verdad con el lenguaje de toda la vida, porque nos han hecho creer que ese lenguaje daña. No han dejado de repetirnos que hay que ser sensibles con grupos, sexos, géneros y colectivos, y que el lenguaje utilizado hasta ahora es soez y vulgar.
Y nos lo dicen los que han normalizado el insulto y las palabras malsonantes desde la tribuna del Congreso, que debía ser el último y principal reducto de las expresiones y opiniones verdaderas de la realidad del país.
Hemos normalizado los insultos y palabras malsonantes frente a la extrema censura de actitudes y formas de manera desproporcionada. Por eso, llamar hijo de puta a cualquiera, ya no ofende, pero sí lo hace llamar “mono” a un jugador de fútbol; la demencial justificación de un partido político que llama a “normalizar” el insulto porque es algo de lo más normal que está en redes sociales, me parece infame, sobre todo ahora que como vemos en el Congreso de los Diputados, nuestros representantes lo han institucionalizado. Ellos, que deberían ser un ejemplo de ética y moralidad para todos los ciudadanos (me niego a decir la ciudadanía), usan y abusan de actitudes que solo refuerzan el acoso, el odio y nos llevan a una mediocridad indecente, que es en la que está envuelta la sociedad.
Decía que los progresistas nos dan lecciones diarias de eufemismos. Lo hacen desde todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde el parlamento a la prensa, y a fuerza de suavizar una realidad extrema, terminan por no definir correctamente esa realidad.
Pero los eufemismos inventados por la clase política adquieren categoría supina al esforzarse cada día por llamar de formas tan distintas y dispares, a la pura y cruda realidad.
Empezó con la llegada de la democracia y se disparó con la llegada de Rodríguez Zapatero al poder, y sus recordados “brotes verdes”. Ahora ya es un arte con el gobierno de Sánchez.
Hemos pasado por “desaceleración transitoria”, “crecimiento negativo”, “rescate”, “apoyo financiero”, “préstamos con condiciones muy favorables”, “línea de crédito”, “recargo complementario temporal de solidaridad”… para evitar llamar crisis económica lo que sufrimos.
Y con la veda ya abierta, el eufemismo pobló todos los sectores imaginables. Y así, pasamos de los órganos de dirección a “espacios representativos de la voluntad colectiva”, de toque de queda a “restricción de movilidad nocturna”, de peaje a “sistema de tarificación”, de antidisturbios a “unidades de intervención policial”, IVA por “gravamen adicional”, de la inflación a la “reacomodación de precios”, de emigración por “movilidad exterior”, de fuga de cerebros por “falta de oportunidades laborales”, de restricción de la movilidad nocturna” por toque de queda, de separación o divorcio por “cese temporal de la convivencia”, de austeridad a “sobriedad y moderación”, de homosexuales a “gays”, de discapacitados a “personas con capacidades diferentes”, de azafatas a “auxiliares de vuelo”, de inmigrantes a “indocumentados”, “presos políticos”, a los políticos presos no por sus ideas sino por los actos ilícitos que cometieron valiéndose de las facilidades de sus cargos, “persecución política”, en consecuencia, a hacer justicia, “desprolijidades”, a los hechos de corrupción, “desvío de fondos”, al robo perpetrado por algún funcionario, “solidario” es todo esfuerzo que se hace con el dinero de los otros, de “gesto de generosidad” o “proceso de normalización” para decir amnistía, de “relator”, “verificador”, “mediador” y “acompañante del proceso” para desinar al intermediario, “España multinivel” o “España plurinacional” por crisis de Cataluña, de la gota fría a un “episodio o dana”… y una lista interminable que no es más que un instrumento de manipulación social.
Este gobierno del progreso, como se autodenomina, se alimenta de eufemismos porque sabe que lo que vende no tiene ningún fundamento moral o intelectual, y manipulando el lenguaje como lo hiciera en su momento Hitler, genera toda una colección de símbolos al servicio de una ideología, una “neolengua” al estilo de lo narrado por George Orwell en “1984”.
Pero esto, que ya es una normalidad en España, se ejerce a todos los niveles de la vida, no solo política, sino social y cultural. Y por supuesto, a nivel artístico y disparatado.
No hace falta poner ejemplos actuales, todos hemos leído críticas de arte que servirían para múltiples artistas con idénticas frases huecas y banales, sin consistencia ni sentido, pero traigo aquí una publicada en 1925 en esta misma Gaceta de Bellas Artes, como ejemplo hilarante de cómo no decir nada, y decir mucho a la vez. Un puro eufemismo que espero disfrutéis como lo he hecho yo.
Lectura de un proyecto de Ley en el Salón de Sesiones (detalle). 1908, por Asterio Mañanós
Se trata de un artículo de Cándido Rouco titulado “Exposición de Artistas ibéricos”. Sin más referencias al autor, fallecido prematuramente en 1927, que colaboró con la Gaceta de Bellas Artes con 24 trabajos, la mayoría de ellos de crítica de teatro y poesía y con otros medios como la revista “Gran Mundo” y “Almanaque Ilustrado Hispanoamericano”, el artículo en cuestión es un gran eufemismo de la crítica de arte del momento, aplicable a la actualidad y con un especial humor.
A título de curiosidad, y con la advertencia que al publicarse se incluyó, y que decía “(Aún cuando no somos conformes con alguno de los juicios emitidos en el artículo que sigue, lo publicamos siguiendo nuestra norma de absoluta imparcialidad)”, merece la pena reproducirlo y que cada uno saque sus propias conclusiones.
“I Exergo preliminar.
Perfectamente.
¿Qué es lo que vamos a comentar dedicando nuestra profunda crítica a esta arquiforme exposición de artistas exotéricos?¿El ipsipilismo heteróclito, ignoscente y casi cosmofórmico de una protoplasmación ultraeficiente de los modernos cánones estéticos? ¿La pluscuamperfectización emnimoda, energésica y subintracordial del actual pimpampuntismo artístico? Porque, ibchwankerweiner Kraunbusche und landzwreschgrigan Haufskarijeen chbruberg liga, como claramente ha dicho el insigne Whtsgtz (pronuúnciese Wtgz). Y, siendo así, ¿qué de particular tiene que unchferglerunchsk Kameliche wankrinchaunlingen? (Escribo para doctos, no para el vulgo). Por consiguiente nada de vacilaciones y apechuguemos con la tarea, insistiendo en la pregunta: ¿De qué se trata? ¿De una clepsimosis ictrónica, de una zodiacalidad caótica, de una haunkykaariwiska, o de una manera, como tantas otras de demostrar que se tiene tiempo sobrante?
Vamos a verlo inmediatamente.
II ¿Hay quórum?
En esta sugerente Exposición de artistas histéricos, ¿puede afirmarse, realmente, que hay quórum?
-Hay quórum- contestaría sin vacilar el ilustre crítico parisioide Monsieur Joseph Français.
Esto, naturalmente, en el caso de que Monsieur Français sepa lo que quiere decir quórum.
-Hay quórum- corroboraría, ipso facto, el no menos ilustre, no menos crítico, no menos parisioide, Monsieur Jean de la Chene.
Esto, en el supuesto, claro está de que Monsieur de la Chene conozca el significado de la palabra quórum.
Pero acontece que Monsieur Joseph Français se mueve en una esfera artísticamente muy reducida, y moinsieur Jean de la Chene tiene la voz un poco tomada. Pulsemos, pues, la opinión de otros críticos de más voz y de más esfera, mientas la señorita del cuarto contiguo al mío pulsa el piano, y los señores organizadores de esta Exposición de artistas pretéritos pulsan el contrabajo a toda orquesta.
-Tal vez no hay quórum- replicaría, dubitativo, el eminente esteta polaco Ptrchwksky (Pronúnciese Pthkky).
-No hay quórum porque no me convidan a comer- razonaría, por último otro as de la crítica, cuya biografía ha honrado las páginas de la gran Revue Moderne, de París.
En resumen, que el pobre filisteo que estas líneas leyere se va a quedar como yo, esto es: sin saber si en esta magna Exposición de artistas esféricos hay quórum o deja de haberlo.
Y es lo que el pobre filisteo se dirá y se preguntará conmigo:
-Si hay quórum, bien está, y todo sea por el amor de Dios; pero, si no hay quórum ni centellas divinas, ¿a qué demonios conduce el cultivo de la guacanada pictórica por sistema?
III Tomemos una entrada, y entremos a ver.
Otro distinguido crítico, cuyo apellido corresponde exactamente a la denominación de un mes primaveral, hace reseña, sintetizada, de la formidable Exposición de artistas quiméricos:
“Allí sonríe Fulano, sonríe Zutano, sonríe Mengano y sonríe Perengano. Mahoma no sonríe, por la sencilla razón de que Mahoma no ha pintada nada para la Exposición que nos ocupa”.
-En efecto- convengo yo. –Y sonríe, además, el público, dedicando conjuntamente su sonrisa a los señores mencionados por el crítico y a la literatura del crítico mencionado.
Pero demos nombres: Barradas, Dalí, Maroto, Bores, Aida Uribe, Cossío, Fernando, Urcelay, etc., etc. Ejusdem fúrfuris.
(¡Caramba! ¿Habrá quórum?)
Adelante.
Barradas. Francamente, a mí con la pintura de Barradas me sucede lo mismo que con la prosa de D. José Francés, es decir, que la considero simplemente deplorable. Sin embargo, ello no puede constituir un obstáculo serio para el triunfo del citado pintor, si se tiene en cuenta que el escritor aludido disfruta de un alto puesto en nuestra literatura, se le ha elegido recientemente académico de Bellas Artes y hasta hay quien le cree una esperanza de la Patria.
¡Estaríamos frescos si no triunfaran más que los que valen! ¿Qué sería entonces, del Sr. Hernández Catá?
¿Y del Sr. Menéndez Pidal?
¿Y de…?
Más, no divaguemos, y expliquemos claramente por qué pinta Barradas, cómo pinta Barradas, qué pinta Barradas y con qué, en fin, pinta Barradas.
Pues, bien; Barradas pinta por la obvia conclusión de que le da la gana. Y asunto terminado.
¿Cómo pinta? Como Dios le da a entender, a la buena de Dios, a lo que saliere. Él sigue el precepto del escultor del cuento: si sale con barbas, San Antón, y si no, el marrano. ¡Le van a dar lo mismo!
¿Qué pinta? De todo un poco. Poliformidad, poliformidad; tal es lema de su bandera.
¿Con qué pinta? Según. Los albañiles, por ejemplo, conforme sagazmente observa el crítico del primaveral apellido, los pinta o, mejor dicho, los construye con cemento y ladrillo. Otras cosas las resuelve con manteca, y otras, con trapos. Según, ya digo. O más bien, ya dice el crítico.
Y, una vez dilucidados estos arduos puntos para la Historia de la Pintura… de Barradas, analicemos lo que hace García Maroto, otro ultra-estético de los del quórum. Otro que tal baila, vamos.
Ante todo, Maroto no presenta: ausentiza. Eso es: ausentiza el dibujo, ausentiza el color, ausentiza, en suma, todo lo que signifique molestarse. Maroto persigue exclusivamente la psiquificación hiperplasmática de lo incognoscible; para lo cual, como fácilmente se comprenderá, sobra todo lo que no sea intraestatismo folicular, versopea iridescente y prurito exhibicionista.
Dalí, por su parte, tiende a exultar la Pintura, como tiende a exultarla Fernando, y como Bores tiende, asimismo, a exultarla. A este concepto hay que otorgarle toda la atención que requiere, porque así, a primera vista, parece que dichos tres, más que a exultarla, es a insultarla a lo que tienden. Pero, no, repito. Si nos fijamos bien notaremos que en sus lienzos hay agnagnórisis, vertiginosis, suprafilia y demás cosas tan abstrusas como hiperestésicas, cabalísticas e hilarantes.
No dejaré de ocuparme de buena gana y particularmente de cada uno de los artistas que aquí se reúnen; pero, la verdad, el espacio de que dispongo es breve y he consumido demasiado investigando acerca del quórum. Por lo cual no me queda más remedio que dar por finalizada mi crítica, aunque no sin censurar el premio, un tanto caro, que a las entradas han puesto los organizadores de esta, por última vez citada, Exposición de Artistas radio-ibéricos. Cierto que así la gente podrá decir de ella lo que vulgarmente se dice del chocolate de a peseta: más barato, podrá ser; peor, ¡imposible!”
Cándido Rouco, 1925